jueves, 19 de diciembre de 2019

Mi yo del placer es estío reseco

Si tuviera que ser en papel, impresa en tinta negra,
si tuviera que reflejarme en un espejo que me difumina,
sería descalza en temple, de trenza oscura, negra,
sería de pies dorados que caminan por la acera.
Vestiría colores claros, como el amarillo trigo
o el azul cielo gris plata de la mañana perezosa,
y caminaría lento, moviendo las caderas, balanceando las manos que cuelgan de dedos inquietos que por fin han encontrado calma.
Si yo, mi yo, fuera en relato, caminaría bajo el sol del mediodía, y su abrasivo rayo quemaría la piel de mis brazos que me asoma bajo las mangas. Me acariciaría el calor del agosto.
Mis tobillos morenos tornarían flexibles
y de tono azucarado rayando lo oculto
lo expuesto dibujaría la frontera que divide mi falda
de mi ser.
La piel de la espalda
desprendería humo
pero, cómoda, danzaría entre rozar la tela tersa que me cubre y el aire tibio que me envuelve. Caminaría descalza, rodeada de campo seco, rodeada de trigo duro,
que pincha, que cruje.
El calor de la acera, del suelo que no quema pero arde, rozaría mis dedos marcado al ritmo del sol que saluda, se viste
y se pasea.
Golpearía mi talón de callo duro tanto caminar.


Mi Arcadia es trigo dorado y madera templada en mañana temprana de estío.
Qué calor.