y me escucho me mimo, me discuto
me encierro en el fondo, me siento y contemplo
la cúpula que brilla con la luz del sol, y me cubre
pero no veo
vivo dentro de mi cabeza, y cosas pasan desde que edifiqué montañas y muros, mi vida vuela, asesina sangrienta mi tiempo,
y yo sentada, ni juzgo ni pienso.
Vivo dentro de mi cabeza, y me formo sin mirar fuera, con solo lo que me interesa dejar entrar, clavo ciega una vista infinita en lo poco que visible atraviesa mis ladrillos, me nutro del sol que me alimenta y hundo raíces en lo que me importa, y miro dentro, en mi cabeza, y continuo mi sueño infinito.
Vivo dentro de mi cabeza, en un cuento sin bases sólidas, en un mundo que, como no entiendo, ya he desistido de entender, porque no me cabe dentro, y cuando me he leído antes, con dieciséis y una tristeza atroz que me comía las entrañas y se alimentaba de mí hasta casi poder matarme, me he comprendido, me he querido, me he abrazado y me he perdonado.
Entonces es cuando me he regañado por seguir en la cama todavía, llegando tarde a todo lo que al otro lado del muro sucede y no quiero ver, pero he seguido mirando dentro.
Vivo en mi cabeza y toda mi adolescencia la he pasado encerrada. Ahora que estoy preparada para abrir ventanas puedo
pero me he quedado ciega.
Mi cabeza solamente entenderá lo que dentro de ella quepa -con capacidad humana- y toda la verdad y la realidad del mundo se desdibujará hacia el infinito, como si no tuviera manera de frenar el tiempo y la distancia
ni triste opción de dejar de mirar por la ventana.
No hay respuestas