lunes, 28 de septiembre de 2015

Prendiendo estrellas

—¿Que fumar mata? ¡Una mierda!—me gritó indignada, prendiendo el mechero de estrellas azules—Es solo una estrategia más. Te diré lo que de verdad mata: el amor. Eso sí que es una jodida droga, y una jodida mierda, y un jodido asco. Y encima duele. A mí que no me vengan con tonterías de que fume o deje de fumar.

Una calada después el humo acariciaba sus labios casi a cámara lenta, dejando salir todo el dióxido de carbono que sus pulmones no estaban dispuestos a tragar, queriendo seducir a cualquier inconformista con ganas de pelea que pasara por allí.

—¿Quieres?—me ofrece.

—No, gracias.

—Tú verás.

El aire traía consigo todo el olor tabaco que ya no cabía en la boca de Alicia. ¿Papelas de menta?, preguntó el del quiosco. Del de siempre, ordenó la chica.

—El amor no mata—le contradije.

—¿También tú? ¡Vamos, no me jodas! El amor es lo peor que hay en el mundo entero.

Tan exagerada como siempre.

—¿No eras tú la que defendía que el amor no existe?

—Me equivoqué. Es como un cáncer—y golpeó un par de veces el cigarrillo a medio consumir, haciendo caer todas las cenizas a las baldosas húmedas de la acera—. Te come por dentro.

—¿Y después qué?

—Después... nada.

—¿Nada?

Otra calada a mayores. Ya iban demasiadas demasiado seguidas. Esta vez el humo rozó la perla que brillaba en el lateral de su nariz.

—Nada—confirmó.

No tenía sentido nada de lo que esa chica decía nunca, mucho menos un sábado a las dos de la mañana. Pasadas. Y yo no creía que eso fuera cierto. Un sentimiento no puede matarte por mucho que quieras... y desde luego, menos uno como el amor. No me lo creía. No quería creérmelo. Debía ser mentira. Como todas las teorías disparatadas de su cabeza.

—¿Por qué fumas?

—Porque quiero—interrumpida por una tos afónica precipitada a falta de aire.

—Cada cigarrillo te quita dos días de vida.

—Lo sé.

Lo sabía. Yo también sabía que lo sabía.

—Fumar mata.

—El amor mata—repitió—. Y fumar no duele.

—¿No?

Apagó la colilla entre el índice y el pulgar, y dejó escapar el último suspiro de humo mentolado tan lejos como lanzó todas las cenizas, que fueron a parar junto a la alcantarilla pegada al bordillo de la puerta de la discoteca donde no nos habían dejado entrar.

—Menos que querer.

—Pareces convencida de tu estúpida teoría—confirmé.

—Y lo estoy—confirmó ella.

—¿Te sabes de alguna otra droga que mate sin dolor?

Sonrió de lado, casi exponiéndome una lista infinita de drogas asesinas. Una chica que pasaba por delante se acercó a pedirle fuego. Alicia empalideció, y casi pareció haber contraído un cáncer de pulmón.

—¿Beber mata?—pregunté distraída.

—Yo qué sé—dijo nerviosa, mirando al culo de la chica de andares exagerados que se alejaba por la calle principal—. Te invito a una copa. Necesito otro cigarrillo.

Su mechero de estrellas volvió a brillar.

martes, 22 de septiembre de 2015

A cuadros

Tenía la vida entera cuadriculada
y no había manera de hacerla cambiar.
Cuadro pequeño y tapa cerrada.
Apuntes con un día de adelanto.

Tostaba el pan por las dos caras
y siempre se quemaba más el lado izquierdo.
Usaba el mismo cuchillo para la mermelada que para la mantequilla
y todas las mañanas se rasgaba las medias por el mismo lado
''sin querer''.

¡Qué casualidad!
Siempre eran estas las de su hermana,
la de talla de número periódico,
y no las suyas
que aún estaban a estrenar.

El coletero daba justo para tres vueltas,
ni una más,
ni una menos,
y los pendientes nunca entraban a la primera,
ni a la segunda,
ni a la quinta,
ni a la treinta y séis.

Y le daba igual
porque así es como tenía que ser.

Siempre fue torpe,
de dejar al margen los modales y las modas,
de subrayar con fluorescente la palabra equivocada,
de correr la tinta con la muñeca,
tirar el café encima
y dejar
por lo menos
cuatro o cinco cuadros de espacio entre párrafo y guión.

Pero y qué más daba todo esto
teniendo todo lo que ella podía tener.

Porque podía ser lo que quisiera
aunque ya estuviera escrita.
Porque ella sujetaba los cuadros
aunque fuera cualquier otro el que sostenía el bolígrafo azul.

Y le seguía dando todo igual,
porque estaba predestinada
a ser completamente suya
y no compartirse con nadie.

Dibujaba vocales en las paredes
de pintura sin color
—porque como todas las historias
en blanco y negro,
ese era su tono favorito
y el que mejor combinaba
con sus pupilas de rima asonante,
entre toda la gama de gris—
y nunca olvidaba doblar las esquinas.
Así era impredecible de todo remedio
una improvisación planeada
desde el cuarto o séptimo ensayo
escrito a todo correr.

Y se bajaba cuando quería,
y se comía todos los espacios,
y se saltaba las reglas porque podía
y todo lo demás le seguía dando igual.

Ilegible e inservible,
imposible desde siempre,
mandamás de prosa y verso,
cuadriculada a más no poder.

Inigualable y casi destructiva,
musa caótica y basura comercial,
alegoría de metáforas sin sentido,
diosa griega de tinta en papel.

Sin fecha en la esquina y sin numerar.
A cuadros y al margen del mundo entero.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Tristeza de domingo

Te... digo. Hoy me apetece escribirte palabras tristes, porque hoy es un buen día para sentirse así. Tristeza de domingo. Soledad y manta. Belleza vacía de abismo infinito. Sonrisa desgastada de lágrimas desordenadas. No tiene puto sentido nada de lo que estoy escribiendo ni tiene puto sentido escribirte ahora que creo que soy feliz, pero me apetece hacerlo. Porque soy una chica triste a pesar de cada contratiempo. Y me gusta serlo. Y soy feliz siendo lo que quiero ser, triste. Tristeza de domingo.

Sobraría decir que ni tu ausencia llena ya mi vacío, ni todas las palabras que pueda escribir en el mundo. Pero quiero escribirte triste porque quiero que te des cuenta de lo que me haces. Soy feliz, eso creo, pero sigo siendo. Y tú ya no eres, aunque también sigas siendo lejos. Y tengo que decirte algo, pero no puedo hacerlo, porque soy capaz de escribir todas las palabras del mundo, menos esas dos.

No puedo escribir esas dos, así que intenta imaginarlas. Estoy triste y te quiero por aquí.

Yo, la que estaba en contra de todos los besos del mundo,
ya fueran en mejillas, labios, caderas o alma,
en contra de todas las mentiras y rezos de iglesia,
y en contra de todas las tablas de madera colocadas en cruz
te ruego de rodillas con los dedos entrelazados
que por favor me dejes darte un beso
una sola vez más.

Yo, la que estaba en contra de todos los abrazos de más de dos mississippis,
demasiada longitud para un par de brazos,
de todos los versos plagiados y todas las miradas a escondidas
porque no todo el mundo mira de la misma manera
y no todo el mundo escribe igual
te digo que creo que —no puedo hacerlo
porque creo que lo hago
repito
en contra de todo pronóstico
y toda ley universal.

No puedo si quiera escribirlo.
No hay tinta para esas dos.

Yo, la que pensó que podría con ello,
la que pensó que no sería para tanto
que todas las páginas pasan
y todo se olvida
no puede con ello.

No
puede
olvidar.

Escúchame, porque creo que solo podría escribírtelo una vez. Es importante que me escuches, y que luego jures, por supuesto, que no releerás esto una vez más.

Tengo miedo al amor
a pesar de su inexistencia
como un niño de seis años le tiene miedo a su armario
con la luz apagada
y la puerta entornada.
No existe monstruo alguno pero yo le tengo miedo
y hasta que no crezca no intentes convencerme de lo contrario.

Quería escribirte pero no puedo más. No puedo hacerlo. No quiero. Y hoy es domingo y me apetece estar triste. Y echarte de menos. Y decirte una última vez que —de verdad no puedo hacerlo—. Y mira que lo intento. y mira que sabes a qué me refiero. Pero aunque ya no estés no me faltes nunca. Te necesito conmigo. Y lo sabes porque por fin he sido capaz de escribirlo. No sé si lo has visto. Por fin... quiero. 

martes, 15 de septiembre de 2015

Tropiezos 15

Lleva una piedra en el bolsillo desde la primera vez que se tropezó.
Prefiere pensar que al recoger todas ellas el peso no podrá con él. Prefiere pensar que será la única quizá. Prefiere pensar que así no volverá a caer nunca.
Iluso.

Su bolsillo está lleno de agujeros y el camino repleto de piedras.

sábado, 12 de septiembre de 2015

De resaca hasta las 5.00

No puedo dormir por culpa de la resaca y eso que no hago más que repetir. Rectifico: no puedo dormir por tu culpa. Son las doce y las horas no pasan. Mañana curro y aún sigues aquí. Que te vayas. No puedo dormir por tu culpa.

—Tú eres todas las malas mezclas del mundo,
    el Yo nunca que siempre es mentira,
    las botellas más baratas del Mercadona,
    calimocho del malo y ron—.

En este techo ya no tengo estrellas. Se quedaron encerradas entre barrotes. Muy dos mil tres suena todo esto. Está vacío, blanco y gris. El insomnio suena poco atractivo junto a este panorama. El insomnio suena poco atractivo si solo estás presente en forma de este. ¿Qué hago yo ahora? No puedo contar ni eso. No puedo contar contigo, ¿verdad?

Solamente todos los besos que aún me debes—.

Son bastantes eh, me da para un rato. Aún así estamos en las mismas. Vacío, blanco y gris. ¡Resaca! Mierda. Eres una jodida resaca. El reloj aún marca la una y yo no tengo nada que hacer. La una aún. La una. ¿Qué hago yo aquí tumbada todavía? Me duele la cabeza de pensarte y tengo los labios dormidos.

Pues te los despierto, podrías decirme.
    Ya estás tardando, diría yo—.

Pero no, gracias. Solo eres resaca asquerosa. Tu existencia es un simple castigo. Demasiada diversión para una noche, diría mi madre. Nunca es demasiada, mamá. De lo bueno nunca hay suficiente.

—De ti por desgracia sí, vaya. Resulta que no eras tan bueno como parecías—.

Pero me ahogaría en todas las botellas del mundo solo por una resaca de tal dimensión como tú. Dos de la mañana. Una menos en Canarias. Y yo sigo exactamente igual. Acabo de vomitar las mariposas. Ya no queda ni una, creo. Espera. Ahora. Ahora no queda ni una. Por fin. Me voy a tumbar, ¿vale? Me duele la cabeza. 

—Tú me dueles más, pero no se lo digas a nadie. Es un bocazas de mierda—.

Se me ha olvidado quitarme el rímel, pero ya como que da lo mismo. Más daño no puede hacerme. Más triste no puedo parecer. Qué exagerada soy a veces. Cállate. Cállame. Que me da igual, los labios siguen dormidos. Y ahora que lo dices... yo llevaba pintalabios. Debo de habérmelo dejado en el cuello de algún desconocido sin nombre.

—Que sí, que sí, que nombre tendría. Pero a mí qué más me da, solo suena bien el tuyo—. 

Tengo una pinta espantosa. Menos mal que estás presente a medias. Jodida resaca la tuya. Jodido vodka del malo. Tres. Son las tres. En cinco horas me levanto, ¿lo sabías? Y aquí sigo. Son las tres. Jodida mierda. Jodida resaca, he dicho. Me voy a la cama. Sí, a la nuestra. Lo siento, pero yo no paso una noche más en el sofá. Me duelen todas las vértebras del cuerpo. Las sábanas huelen a ti, pero voy a tener que aguantarme. Me jode y mucho, pero creo que no podría ir a peor.

—Qué incómodo el colchón si tú no estás encima—.

Me he puesto a pensar y me he dado cuenta de lo que te odio. Mucho. Es más bien como un odio infinito. Pero, ¿sabes? aún así... el odio está más cerca del amor que de la indiferencia. Y yo busco dormir, no odiarte. No me líes. Joder. Insomnio tenías que ser. Las cuatro. Me duelen los dientes de apretarlos. Y la espalda. Y los labios. Y la cabeza. Y los ojos. Y las piernas. Y las mariposas. Y la vida.

—Todo esto es culpa tuya y de la camarera que siempre me invita a chupitos—.

Creo que se me está empezando a bajar la tontería. La cara de moribunda de mañana será monumental. Un puto monumento tendría que hacerte por cada sábado. Gracias. No. Intentaba ser sarcástica. No te enteras. Resaca. Eso es lo que eres. Siempre igual. Siempre la misma historia

¿Por qué si me odias tanto vuelves a mí todos los sábados de madrugada?

Y yo qué sé. No me líes, que ya has hecho suficiente. Vete, anda. Vete ya. Las cinco. Son las cinco. 

Jodida resaca. No puedo dormir por tu culpa.

jueves, 10 de septiembre de 2015

En esa curva me maté yo

Buenas tardes. Llamaba para coger hora en el taller. Se me han roto los frenos, ya no puedo parar.
No sé qué modelo es... a lo poco veintitrés. Veinticuatro quizá.
Aparentar aparenta menos. Cuidado está un rato.
Sí. Seguro a todo riesgo.
Gracias. Mejor prevenir que curar, decía mi madre.
No, no le hice ni puto caso, por eso lo de a todo riesgo.
¿Fecha? Me da lo mismo. Pronto. Tarde. Nunca. Cuando usted quiera.
Vale. Pues mejor por la mañana, por la noche siempre ando en marcha.
Sí, que ya sé que los frenos no van. Por eso. Que no puedo bajarme. En cualquier momento me encuentro con un bache y adiós muy buenas... una curva quizá. Acabaré matando a mis padres de un susto.
Tiene... no lo sé... unas cuantas semanas.
No es mucho, ya, pero suficiente. Siempre he sido mucho de embalarme.
Qué me va a contar usted... una vez se coge carrerilla...
Más rápido.
¡Qué sé yo! A mí ya no me funciona.Quizá me emocioné demasiado al principio cambiando las marchas.
Sí, era nuevo. Bueno, para mí. Ya tenía veintitrés y a lo poco de quinta o sexta mano.
Arreglarlo lo arreglaron bien. Ha sido mayoritariamente mi culpa.
Está bien, casi toda.
Oiga, no. En realidad la culpa es suya. Si no hicieran tan bien su trabajo no hubiera podido emocionarme de tal manera.
Voy a darme cualquier día y verás qué gracia.
Claro. Tampoco hice ni puto caso a las señales ni a las instrucciones. Ya le he dicho antes que soy más de embalarme.
¡Que yo qué sé! Me molaba. La verdad es que es un modelo muy bueno. Creo que por eso ya no me van los frenos.
Sí.
Pues tendrá... varios kilómetros. Siempre anda en marcha y a tope.
No, diesel no. La otra.
Imagino.
Que no sé.
Está bien, perfecto. Incluso si se da un poco más de prisa puede que no me choque.
Tiene razón. La hostia me la llevo igual. Retiro lo dicho.
Ya. Pues entonces déjelo, que da lo mismo. Ya miraré si prefiero de cara o de culo.
La hostia.
No correré... más.
Lo prometo.
Que sí. Ya es demasiado tarde para hacer como si nada.
Pues muchas gracias, ha sido muy amable. Me bajo entonces.
Eso dicen.
Ya le llamará él por aquello de los destrozos.
A mí no me mire, sigo sin frenos. Todo fue culpa suya.
Gracias a Dios que tengo seguro a todo riesgo. Y gracias a usted de nuevo.
Una cosa más.
Sí.
Procuren no hacer tan bien su trabajo la próxima vez. El carnet se lo dan a cualquiera, y no todo el mundo controla las marchas.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Recuerdo 9

Soy un recuerdo desde hace años.
Soy un recuerdo porque ya no soy.
Era, antes era.
Dejé de ser y me convirtieron en recuerdo.

Completamente inmortal.
Lujuria del infinito.

Para ellos soy una nube borrosa.
Para mí no soy, porque yo no recuerdo.

Pérdidas de memoria a corto plazo.
Pérdidas de existencia.
Pérdidas de una misma.

Sigo aquí.
Aunque yo no me veo.

Aún me recuerdan, soy un recuerdo.
Estoy completamente segura.

Y ya no soy, era.
Antes era.
Es lo que te estaba diciendo.
No me acuerdo ya.
Pero ellos sí.

Aunque ahora me recuerdan.
Aún me recuerdan, luego existo.
Me recuerdan, luego existo.
Existo, luego soy.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Carcajadas a escondidas

Nunca entendí su manía
de taparse la boca al reír.

Tenía una sonrisa tan imperfecta que te hacía caerte para atrás
y se empeñaba
en ocultar
todo lo bonito de una carcajada.

Siempre a escondidas
sin dejarse ver.

Explotaba en mil pedazos
cuales lloraban lágrimas de alegría.
Explotaba en euforia y rompía a reír.
Y se tapaba la boca.
No lo entiendo.

Con lo imperfecta que era su sonrisa.
Casi te hacía pensar lo contrario.

Se partía de risa en dos,
cuatro,
seis cachitos.
A todas horas.
Todos los días.
Con prisa y sin pausa.
A medias y a enteras.

Explotaba, te digo que explotaba.
Y se tapaba la sonrisa.
Y se aguantaba la carcajada.
Y se ponía roja de tanto reír.

Sonaba alto,
gritaba alegría.
Sonaba altísimo
como al primer concierto que asistes
de tu grupo favorito.
Te hacía vibrar y enseñar todos los dientes.
Te hacía volverte loco, como ella.

Una
carcajada
eran
los pelos
de punta.

Se tapaba todo el tiempo.
No había manera, oye,
no había manera.

Un día le pregunté por qué lo hacía
si eran las carcajadas
de las cosas más bonitas
que tenía.

Me dijo que no podía dejarse ver
y yo pregunté qué era lo que no podía verse.

Monstruos,
mentiras,
sueños rotos,
dolor.

Imposibledije yo. No caben cosas tan horribles dentro de unos labios tan bonitos.

No era ironía,
ni sarcasmo,
ni una broma,
lo juro.
Pero eso es lo que ella creía.
Acostumbraba a tomarse todo a cachondeo.
Y propio de ella
soltó una carcajada al aire
y tapó de un solo golpe su sonrisa.

Nunca entendí su manía
de taparse la boca al reír.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Bailando

Verle bailar era perder.
O perderse.
Cada movimiento era un salto en un abismo.
Se movía hipnotizado e hipnotizaba a cualquiera.
Era amigo de los ritmos, era íntimo de los tiempos.
Perdías.
Te perdías en callejones de salida.
Te perdías lejos.
Te perdías.

Verle bailar era perder la razón.
Nada tenía sentido después de aquello.
Los lunes se volvían cortos y el café solo siempre sabía demasiado dulce.
Contando con los dedos podías llegar hasta el once.
Se movía como si nada fuera real,
ni ficticio.
Perdías.
Te perdías en sus razonamientos incorregibles.
Te perdías en su incoherencia.
Te perdías.

Verle bailar era perder la noción del tiempo.
Fuera se hacía de noche pero tú aún no podías apagar la luz.
El día treinta siempre llegaba demasiado tarde,
y el cinco demasiado temprano.
Cuando te descuidabas cambiaban la cámara.
Y entonces ya no sabías si era antes cuando iba rápida,
o ahora cuando va lenta.
Perdías.
Y te perdías en sus supiros y el sudor que bañaba su frente.
Y te perdías en su cansancio... y en las ganas que le tenías.
Te perdías.

Bailar te perdía.
Bailar le perdía.
Siempre perdíais por fortuna.

Pero nunca nadie dijo que perder no fuera
otra cosa más que
comenzar de cero.

Y aunque nunca nadie saliese ganando
con todo aquel espectáculo...
ambos poseíais buena orientación,
buen oído
y un par de zapatillas para bailar.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Curas y remedios

Siempre quiso ser remedio.
Cura de mal de amores.
Enfermero de lesiones cardíacas.
Cirujano de sonrisas atrofiadas.
Receta legal de cosquilleo en el estómago.

Sanitario profesional de hostias que te da la vida.

Quiso curar y ser curado.
Pero que despiste el suyo...

Mejor prevenir que curar, decían.

El remedio terminó siendo mucho peor que la enfermedad.

martes, 1 de septiembre de 2015

Revolución

Era revolución.
Era caos y prejuicios.
Era fortuna, deseo, lujuria.
Era locura y desaprobación.

Era todo aquello de lo que te apartaría tu madre.
Era la peor influencia que podías tener.

Nacía de dentro hacia fuera.
Se escapaba.
Chillaba.
Resucitaba.
Coronaba las noches de estrellas.

¡Nacía de dentro!
¡De todos y de cada uno!
E invadía carreteras,
laberintos,
arterias.
Invadía ideologías.
Invadía pensamientos.
Te invadía.

Se criaba en callejones y susurros a la puerta de un bar.
Lágrimas de deseo.
Era deseo,
puro deseo de cambio.
Puro deseo de mejora.
De mejor vida.

Era vida.

Silenciosa como la oscuridad
y alborotadora en las puertas del parlamento.
Letal.
Segura.
Infecciosa.
Sigilosa.

Nadie se daba cuenta hasta que era demasiado tarde.
Explotaba y ganaba.
Explotaba y perdían.
Nunca jamás televisada.

Completamente prohibida.

Soñaba con la inmortalidad aunque no le hacía falta.
Nunca, nunca, nunca moría.
Era cambio.
Era necesidad.
Era lamentos del pueblo enemigo.

Era revolución, he dicho.
Era revueltas y evolución,
y jamás sería sometida.