Estabas tan guapo como siempre, con tu chupa de cuero y tu pelo despeinado.
Con tu sonrisa de lado y tu mirada perdida.
Ausente, en la luna.
No recuerdo qué era lo que decías, tan solo movías los labios, que bailaban al ritmo del rock and roll.
Y me mirabas, como tantas veces lo has hecho en mi vida.
Y me matabas, sin querer, poco a poco.
El viento despeinaba tu pelo, o lo peinaba, no lo sé muy bien.
Tú sonreías con cada bajada y subida.
Nada importaba, porque sólo estábamos nosotros. Solos tú y yo.
Me acariciabas los dedos como si nada hubiera pasado, como si todo siguiera igual.
Y mientras yo en otra parte, bebida.
De pronto todo está oscuro, borroso, olvidado.
No recuerdo con claridad lo siguiente, ni qué te hizo bajar a la tierra.
Qué me hizo despertar, volver al presente, distraída.
Me besaste, como nunca nadie lo había hecho antes.
Y te sentí cerca otra vez, y te lloré al hombro como tantas veces había llorado en mis rodillas.
Como tantas veces había estado húmeda mi alma, como las calles llovidas.
Te besé, como nunca había besado a nadie antes.
Mi corazón volvió a juntarse y los cachitos que rasgaban mi vida desaparecieron.
Como si todo este tiempo hubiera sido un trance, como si estuviera dormida.
Volví a sentirme viva, entera, presente.
Desperté de aquel terrible sueño,
y de pronto estaba de nuevo vacía.