miércoles, 31 de diciembre de 2014

Más muros

Ayer hablaba con un amigo (Pablo), y entre conversaciones melancólicas y sentimientos a flor de piel salió el tema de los cambios y de la vida. Me gusta mucho hablar de estos dos temas ligados porque considero que uno constituye al otro en todos los aspectos. Los cambios forman a la vida. La vida son continuos cambios día a día. Ningún día se parece al anterior, y nadie se parece a ti. Leí esa frase en una biografía de una amiga y me gustó, qué cosas. Me voy del tema, el caso es que salió el tema de la vida y de los cambios. Yo le dije que me gustaban las personas realistas, aquellas que no se engañan a sí mismas, creo que es la gente de verdad. Él me hablo de la gente conformista, que no lucha por nada. Y me di cuenta de que soy una mezcla de ambas, y de que no me arrepiento de serlo, que es lo peor. No me arrepiento de aceptar los cambios y vivir con ellos, en vez de provocar a esos cambios. En vez de provocar a la vida, de luchar y ganar la batalla. Es muy fácil escribirlo, Blanca. Llevarlo a la práctica es otra historia, pero por lo menos ya me sé la teoría. El día que la lleve a la práctica hago una fiesta, estáis todos invitados. Y chunda chunda. Y chupitos gratis. Y pulseras de esas que brillan en la oscuridad. Y vuelvo a irme del tema. Yo justifiqué que era como era a causa de los golpes, esos que te da la vida continuamente y que hacen que se te haga un nudo en la garganta, se te inunden los ojos, te caigas al suelo y te pese todo el cuerpo. Me gusta llamarlos síntomas de la depresión, y he hablado muchas veces de ellos. ¿Causante? La vida misma. ¿Consecuencias? Conformismo, realismo y pesimismo.
Pero Pablo hizo una metáfora muy buena sobre la vida, que me gusto no mucho, muchísimo. Y por eso mismo quiero enseñárosla.
‘’Míralo como un muro. Puedes darte cabezazos contra él y resignarte porque es lo más fácil. Puedes intentar engañarte y decirte que lo puedes saltar y ‘’morir’’ en el intento. O puedes esforzarte un poquito y fijarte en que puedes rodearlo.’’
Y es que me parece que, a mi punto de vista (que no soy filósofa, entendida del tema y por mucho que digan tampoco escritora), esto explica perfectamente todo. Tanto lo que es la vida, al igual que el amor para mí, un muro; como cada tipo de personas, las pesimistas/conformistas/realistas, las optimistas/inconformistas/soñadoras, y por último y fuera de extremos la mezcla, que como no sé cómo llamarla, será a partir de ahora las soñalistas. Soñadoras y realistas. Lo suficientemente alto como para poder volar pero lo suficientemente lejos del sol como para quemarse. 
Y creo que lo más sensato de todo es ser estas últimas, con un poco de todo, en equilibrio y con suficiente sensatez como para rodear un maldito muro... y no saltarlo, atravesarlo o comértelo, básicamente. Seamos sensatos, abramos los ojos y dejemos de imaginar mundos infectados de realidad.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Sonrisas

De vez en cuando te encuentras uno de esos días en los que todo sale al revés. Si algo puede salir mal, ni te plantees nada, saldrá mal. Días en los que debería estar prohibido levantarse de la cama y correr el riesgo de vivir una vida. Es demasiado arriesgado, y qué bien se está en la cama, entre sábanas y almohadones. Días de mal pelo lo llama mi padre. Y hoy es uno de esos días, y siguiendo la regla, tengo un pelo horrible. Y una cara espantosa. Y una actitud demoledora. Hoy es mejor que no se me acerque nadie, porque muerdo. Y no estoy de humor. Y no me apetece lidiar con personas, ni animales, ni plantas, ni ningún tipo de ser vivo. Hoy solo me limitaré a fantasear con mi cama, siempre fiel, y a criticar todo lo posible cualquier cosa que se me pase por la cabeza. Pero, con la buena suerte que tengo siempre, hoy es navidad. Hoy, precisamente. Así que me toca lidiar a mí misma con mis pensamientos y sacar una sonrisa afuera, al intemperie, para que todo el mundo la vea y diga ‘’Oh, Blanca, que guapa estás’’. Mientras, yo por dentro estaré maldiciendo a todos sus muertos. Es injusto, pero se me da demasiado bien fingir. Siempre hay que tener cuidado con cada uno, vigilar a quién se abraza, porque uno podría pincharse con todos los cristales de dentro, o inundarse entre lágrimas saladas, o, simplemente, recibir una puñalada por la espalda. Hay que tener cuidado y aprender a ver más allá, detrás de la sonrisa. Porque, como digo siempre, no todas las sonrisas desprenden felicidad. La mayoría, normalmente, oculta más que eso.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Incomprendida

Hay momentos en los que me siento sola, completamente incomprendida. En los que nadie es capaz de entenderme, de entender como me siento. En esos momentos suelo recurrir al papel. Él me escucha en silencio, y guarda todos mis secretos. Él me entiende. Todo esto es raro, la relación que tengo con un simple objeto, digo. Quizá forme parte de una metáfora. No digo en ningún momento que me encuentre sola, estoy rodeada de gente, simplemente… que a veces me siento así. No sé. Es difícil confiar en una persona al 100%, y yo, desconfiada a más no poder, jamás he llegado a esa sensación con nadie. Creo que nadie conoce a nadie totalmente, siempre hay secretos guardados en algún lado, siempre hay algo retorcido en cada persona. Si ni tú mismo sabes guardar un secreto, no confíes en que otra persona lo haga. Por eso, creo, soy tan reservada para ciertas cosas. Pienso que si comparto algo que era mío, dejaría de tener ese valor, pasaría a ser de la otra persona también. Dejaría de formar parte de mí. Por esto y demás creo que soy una completa incomprendida. Nadie me entiende, los que se han esforzado en hacerlo han acabado fracasando y yéndose de mi lado. No les culpo, sé de sobra que no soy una persona sencilla. Yo también he dejado de esforzarme en entender a las personas. Por eso escribo, porque el papel es el único que jamás se irá de mi lado, a quién puedo aferrarme por los restos. Quién lea esto quizá piense que estoy loca, no seré yo quien le lleve la contraria. Pues creo, sinceramente, que algo en mí falla. No soy como el resto, no soy del montón. Y eso podría considerarse bueno… o malo. Todo depende de dónde lo mires. Mi mente funciona de otra manera y analiza datos que no debería analizar, hace cuentas que no debería hacer o crea pensamientos que no deberían ser creados jamás. Esa soy yo, un bicho raro en medio de ninguna parte, capaz de ser una persona diferente las veinticuatro horas del día, capaz de colocarse una máscara todas las mañanas con tal de pasar desapercibida. Una completa incomprendida.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuídate

Hoy me veo capaz de decir lo que pienso, de dejar de esconderme como una cobarde en cada uno de mis textos. Creo que está bastante claro que todos van dirigidos a ti. Esta navidad no va a ser lo mismo. Será una navidad rara, vacía. Completamente diferente. Porque como he dicho tantas veces, he cambiado. Mucho, demasiado. Y no sé si estoy orgullosa de haberlo hecho. No sé si he madurado o todo lo contrario. Pero si he cambiado ha sido gracias a ti. El dolor hace cambiar a las personas, y tú fuiste básicamente eso, dolor. Me dio para escribir dos libros, y aún me sobra. Me dio para llorar noches enteras en vela. Me dio para dejar de ver el mundo, de soñar. Aún así solo puedo decirte gracias. Gracias por haberme dado la oportunidad de madurar de manera tan brusca, gracias por ahorrarme mil y un malos tragos más. ¿Y sabes? en el fondo lo necesitaba. Necesitaba darme contra un muro para despertar. De lo nuestro me llevo recuerdos bonitos, buenos momentos de esos que sacan sonrisas, pero sobre todo me llevo ese dolor, que guardaré con recelo y sacaré a la luz siempre que necesite. Porque ahora puedo mirarlo con perspectiva y darme cuenta, ahora puedo perdonarte y darte las gracias. Ahora puedo dejar dedicarte textos y levantarme del suelo, despedirme y concluir por fin este interminable capítulo. No tengo ni una sola palabra ni un solo minuto más que dedicarte. Adiós y gracias por todo, cuídate.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Punto y final

No deja de sorprenderme la facilidad con la que cambia una persona en un corto periodo de tiempo. Un día te levantas y te das cuenta de que ya no eres tú. Has cambiado, por algo, por alguien, pero has cambiado. Y tu yo del pasado ahora permanece, pues eso, en el pasado. Y jamás volverá a estar presente, forma parte de tu antigua vida. Un día te levantas y te sientes diferente, eres consciente de que algo en ti ha cambiado, y lo que estás a punto de vivir será completamente distinto a lo anterior. Eres consciente de que una nueva vida te espera. Una nueva vida. Un día te levantas y te das cuenta de que has pasado página, has pasado de capítulo. Aún quedan muchas hojas por delante, llenas de momentos, pero también quedan muchas por detrás. Y nunca está mal echar un vistazo atrás, aprender de los errores, para variar. Nunca está mal recordar, el problema es cuando se dobla la esquina de la página y cada vez que abres el libro acabas accidentalmente en esta. Y no te deja avanzar. Entonces es cuando debes replantearte que algo debe cambiar. Pues, como decía al principio, no deja de sorprenderme la facilidad con la que cambian algunas personas, lo simple que les resulta desdoblar esa esquina, o simplemente no llegar a doblarla nunca. Admiro enormemente todo aquel que es capaz de no aferrarse al pasado. Porque a mí me parece tan cómodo y familiar que me es imposible no hacerlo. Las experiencias pasadas son mis favoritas, y no me cuesta admitir que le tengo un cierto pavor a los cambios. No a esos cambios cotidianos, hablo de los cambios anclados a personas, a sentimientos. Hablo de los cambios que te hacen ponerte a temblar. Hablo del amor, como siempre. Pero, un día te levantar y te das cuenta de que ha llegado la hora, de que el tiempo al fin ha empujado esa página que tanto te costaba pasar, y ha finalizado un capítulo más. Y mil capítulos esperan aún, y mil historias de las que formar parte, y mil personajes y diálogos aún no establecidos. Y márgenes, y puntos, y comas, y espacios. Miles y miles de puntos final. O punto y seguido. O continuará…

jueves, 18 de diciembre de 2014

La cuerda floja

A veces es sorprendente la rapidez con la que todo puede cambiar. De un momento a otro. Un día en la cima, el siguiente en el suelo. Llega realmente a asustarme la facilidad que tiene el mundo para dar la vuelta a la tortilla. El no poder fiarte, agarrarte a nada, porque al fin y al cabo ¿qué es real? Según antiguos filósofos, lo real es aquello perceptible por los sentidos. Pero, ¿acaso un sentimiento no es real? ¿o un pensamiento? ¿o una idea? No sé, podría poner muchos ejemplos de cosas que considero reales y no perceptibles por estos. ¿Eso las convierte en no reales, cierto? Por lo tanto, ¿hay algo en alguna parte de lo que realmente poder fiarse? Algo fijo, que lleve escrito en mayúsculas la palabra REALIDAD.  No hay respuesta, y esto es lo que más me inquieta. El hecho de no saber absolutamente nada. Nada. Un día todo puede ser blanco, al siguiente todo negro. Un día puedes caer, otro levantarte y otro volver a caer. Todo está en constante movimiento. Y es genial, en ningún momento he dicho lo contrario. Solo que… que me asusta. Me asusta mucho. Y constantemente tengo miedo. No sé. ¿Nunca… nunca has tenido miedo a la vida, en sí misma? Al futuro, a los hechos, a la gente, a ti mismo. Quizá sea yo la única que se siente en una constante cuerda floja sobre el vacío. El inmenso, aterrador y escalofriante vacío. Y sería muy fácil dar un mal paso y caer, pero el hecho de quedarse quieto no es una opción. Hay veces que no estoy segura de que la cuerda siga bajo mis pies, de seguir permaneciendo en equilibrio, de no estar cayendo ya. Hay veces que no estoy segura de seguir viva, de distinguir lo real de lo ficticio. Hay veces que no estoy segura de nada, y entonces cierro los ojos y paro un momento, contengo la respiración e intento entender algo. Y al poco abro los ojos y tiro la toalla. Y me doy cuenta de que no es necesario entender nada, y salto. Salto al vacío y caigo. Y me despido de la cuerda que me asfixiaba y me quitaba la respiración. Abro los brazos y noto el aire en la cara, noto mi cuerpo caer y noto el vacío, que me llena. Y me doy cuenta de que me siento viva. Y ese sentimiento para mí es lo único real en ese momento. Ese sentimiento de realidad. Entonces lo entiendo todo. Entonces entiendo que la vida es eso, altibajos, caer. La vida son cambios. Quizá nada esté sujeto a nada, quizá nada tenga explicación, quizá todo cambie y sea así cómo funciona. Quizá la realidad sea relativa, quizá tenga el significado que yo quiera darle. Entonces me doy cuenta de que no necesito hacerme preguntas ni buscar respuestas, me doy cuenta de que no necesito atarme a una cuerda. Solo necesito lo que tanto temía en un principio, caer.

martes, 16 de diciembre de 2014

El síndrome de Diógenes emocional

Muchas veces me he preguntado si realmente soy masoquista. Si realmente disfruto con el dolor. Aún no he llegado a una respuesta cierta, pero algo tengo bastante claro, y es que si con algún dolor disfruto es con el dolor emocional. Soy extrañamente adicta a este. Me vuelve loca, con más frecuencia de la que me gustaría admitir, sacar a la luz recuerdos de esos que duelen, recuerdos que queman el alma. Soy una víctima del síndrome de Diógenes emocional. Acostumbro a acumular recuerdos y recuerdos en una esquina oscura de mi mente, más amargos que dulces, ya que mi mente, por lo visto, tiene facilidad por recordar aquello que me hace daño y no aquello que en su día me sacó una gran sonrisa. O transformar esto último en una herida abierta, de esas que te quitan el aire. Masoquismo. Así, acostumbro a mi corazón maltratado a recordar aquello que me duele, día y noche, cada segundo que tengo oportunidad. Un día, una canción, un poema, un pensamiento, un libro, un lugar, una película, un objeto. Todo, si se quiere, puede estar enlazado a algo. O a alguien. Y mi mente parece no darse cuenta de esto, ver como algo normal acumular tantas emociones, digo. Ojalá fuese tan fácil desatarse de ellos como almacenarlos en un rincón. Ojalá más sencillo olvidar que recordar. Y así ando yo, riendo, gritando, llorando, amando a un fantasma del pasado. Demasiadas emociones acumuladas, demasiados recuerdos en ese rincón oscuro. Demasiados olores, imágenes y sonidos que arrastraré por los restos, sin ocasión de librarme de ellos. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Un día de esos

Hoy tengo un día de esos que te levantas y no te sientes tú. He caminado hasta el espejo, pero me he dado cuenta de que no me reconozco. Me siento rara, me siento diferente. Ese no es mi reflejo. Me sobra espacio aquí dentro. No sé por qué, pero hoy no me siento en mi cuerpo, no me siento yo. Me siento vacía y llena a la vez. Y es uno de esos vacíos que no pueden llenarse con nada, de esos que te hacen sentir incompleta, sola, absurda. No lo entiendo, pero hoy no soy yo. No sé quién está escribiendo esto por mí, pero mi alma no para de quejarse desde dentro. Grita y patalea, exigiendo que le devuelvan su otra mitad robada, su otra vida, su auténtico yo. Grita a todo mi ser para que se revolucione, para que vuelva a ser el de antes. Para que no se conforme, para que llene mi vacío... pero no puedo. No puedo llenarlo. Me falta algo y no sé el qué. Me falta algo. Y por mucho que me estruje el cráneo, por mucho que lo intente, chille, me dé golpes, me vuelva loca, ese vacío continúa ahí. Y yo a medias, en medio de ninguna parte, perdida y confusa, vacía. No sé, en algún momento de esos míos de desconexión, en los que abandono el mundo unos minutos y viajo a la Luna, qué sé yo, a Plutón, han debido de extirparme algo, porque noto su ausencia, como he dicho tantas veces, su vacío. Me arrepiento de no haberme dado cuenta antes, de no haber sido consciente de la trama y no haber reaccionado a tiempo, de haberme dejado engañar como una cría a la que acaban de robar su caramelo. Porque, ¿sabes?, de nada sirve llorar ahora, exigir de vuelta, pues el pasado pasado queda. Pero voy a dejar de engañarme, pues sé exactamente lo que falla, lo que me falta hoy y me faltará mañana. Me falta mi antiguo presente, me falta mi yo del pasado, que yace lejos, muy lejos, sin poder ser olvidado.
Hoy me miro en el espejo y no reconozco mi reflejo. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

Aire

La inspiración es algo que no se debe dejar pasar, que no se puede posponer, porque de la misma forma que viene se va. Como el viento, como las olas en la orilla del mar, como el verano. Últimamente cada vez que inspiro aire siento miedo. Miedo a encariñarme y no poder soltarlo. Miedo a sentirme vacía sin él. Miedo a tener que pasar el resto de mi vida con su ausencia, aunque por supuesto no sería mucho tiempo, pues con su ausencia yo moriría. Moriría sin ti, me mataría contigo. Y es que es así, la vida no es más que eso. Que sobrevivir hasta el final e intentar salir ileso. Aunque, permitidme que me ría de lo que acabo de escribir, nadie sale ileso de lo que se suele llamar vivir. Y si sale ileso es que en realidad jamás ha vivido y jamás ha muerto. 
Y sigo teniendo miedo, miedo a quedarme sin aire y pasar vacía el resto de mi tiempo. Porque así es como me siento cuando me falta, vacía. Como si todos mis días viviendo dependieran de esa última calada, como si todos mis días respirando dependieran de ese último suspiro. Como si tras los ochenta y nueve minutos importara el gol que desempata el partido. Vacía sin él  y viva a su lado. 
La inspiración es algo que viene sin ser llamado y se va sin ser echado. 
Y supongo que queda bastante claro que no hablo de inspiración ni de aire, sino de nosotros. De él y yo a su lado.

Todos los puentes están enamorados de un suicida.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Y sus silencios están vacíos

''No siempre, ¿sabes?; pero a ratos hay algo en él, en sus ojos, en su gesto, en sus palabras y en sus silencios, hay algo en él, ¿no lo has notado?, inexplicable, oscuro, tenebroso. Su actitud entonces conmigo, la manera de mirarme y de tratarme, las cosas que me dice y el modo de decírmelo, aunque no me hable de amor, todo ello no puede definirse, pero es terrible; y me atrae, y me fascina. En esos momentos siento que hemos venido al mundo para unirnos y que ya hemos estado unidos antes de ahora. En esos momentos, tía Clotilde, ¡le adoro!... Pero esto no significa que exista en mí algo anormal, ¿acaso soy yo la única muchacha a quien le fascina y le atrae lo misterioso y lo que no puede explicarse? Y en otras ocasiones, que, por desgracia, son las más frecuentes, él reacciona, como alarmado y arrepentido de haber descubierto quizá el verdadero fondo de su alma: sus ojos miran como los de todo el mundo, sus gestos y sus palabras son los gestos y las palabras de cualquiera, y sus silencios están vacíos; se transforma en un hombre corriente; pierde todo encanto; bromea y ríe; se recubre de esa capa insulsa, hueca e irresistible que la gente llama simpatía personal... Y entonces siento que uno y otro no tenemos nada en común, y me molesta que me hable, y si me habla de amor me crispa, y no puedo soportar su presencia y estoy deseando perderle de vista porque entonces me repele y me repugna ¡y le detesto!''

ELOÍSA ESTÁ DEBAJO DE UN ALMENDRO.
Enrique Jardiel Poncela

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Quejas a la sociedad

Muchas veces me he preguntado si en verdad se puede matar a una persona y que esta siga respirando, y al fin he conseguido llegar a la triste conclusión de que sí. De que sí que se puede. El problema del ser humano es que no sigue una regla ya creada en tiempos inmemoriales donde el hombre era más hombre que ahora y menos bestia. La regla es simple: no hagas lo que no quieres que te hagan a ti. No seas lo que no te gustaría que fueran contigo. Pues bien, en eso se basa la sociedad, ese conjunto de personas formado por todos nosotros el cual cada uno de nosotros despreciamos. Ese conjunto de personas que te quitan la vida y te la sustituyen por unos pulmones que cojan oxígeno periódicamente, lo suficiente para que puedas seguir siendo consciente de la mierda en la que vives. Algo así como un muerto viviente, con pensamientos suicidas y el corazón destrozado en mil y un pedacitos. El problema no es que no haya suficiente comida en el mundo, ni el maltrato, el acoso, la humillación, las guerras, los asesinatos, los raptos, las violaciones o la desigualdad. El problema es la gente, el problema son los actos. El problema es la maldita actitud. Solo tengo una petición para este mundo de mierda, y es que la gente vuelva a ser gente y deje de convertirse en bestia y comportarse como animales. Porque en eso se ha convertido la sociedad, en una panda de salvajes dispuestos a matarte por el mero placer de matar.

Todos los puentes están enamorados de un suicida.