Hacen que la vida sea más bonita y más sincera,
más simple.
Se inventan la belleza en el café de por la mañana.
Sacan versos de los besos y rimas del adiós.
Y lo más importante,
son capaces de transformar el dolor en alegría, literatura, poesía y placer.
Entienden mejor el mundo.
A veces nos empeñamos en cerrarnos en banda y complicar los problemas.
En ignorar los porqués, en vez de responderlos.
En correr bajo la lluvia y evitar mojarse,
en lugar de saltar en los charcos
y cantar hasta quedarse afónico.
Es más sencillo que todo eso.
La vida trata de no tratarse con nadie,
de vivir sin frenos y besar despacio,
de quemarse la lengua por no soplar el café,
y de hacerse heridas que no cicatricen
para tener un recordatorio
de que todo en esta vida pasa factura;
de que si algo es para siempre,
son los capítulos pasados,
donde es mejor no marcar las esquinas;
y de que, algunas veces, dos son multitud.
Quizá sean la literatura romántica y las películas Disney quien nos estén dando una imagen equivocada del mundo.
Y si algo he aprendido
en todos estos días desastrosos de mi vida
es que puede que no todas las mañanas salga el sol,
pero sí la luna,
y con eso es más que suficiente,
pues qué mejor lugar que este
para poner el listón,
y qué mayor placer que el abandono de la cordura
en un mundo de cuerdos,
donde ser poeta es estar loco,
y amar el error más cruel que se pueda cometer.