lunes, 31 de agosto de 2015

Escritos

Solo le leía por la noche porque decía que los días no eran suficientemente íntimos.
Y tenía razón, no lo eran.
Las noches eran mágicas.
Las noches eran suyas.
De los dos y de ninguno.
Las madrugadas eran lo que merecían sus palabras.

Solo le leía porque sabía que le escribía.
Era como oírle hablar de nuevo.
Con sus frases sin sentido.
Con sus punto sin final.
Otra vez como antes.
Otra vez la noche a sus pies.

Solo le leía para no echarle de menos.
Faltaba a diario y sobraba el resto de días.
Solo era invierno.
Solo era luna.
Llena de vida.
Siempre creciente.

Solo le leía porque era como besarle.
Sabía exactamente igual.
Como haciendo magia.
Malabarista de sonrisas.
Sobre la cuerda floja
sellada con fecha pasada.

Solo le leía por la noche porque había más silencio.
Adoraba el silencio y adoraba sus mentiras.
Siempre las mismas mentiras.
Siempre.
Pero... qué bonitas se veían con su letra a boli bic.
Qué bonitas las mentiras cuando quería creerlas.

Solo le leía cuando no se sentía.
Para sentirle más cerca, para notarle pecho con pecho.
Pies con pies.
Helados.
Bajo las sábanas.
Donde debería estar.

¿Donde está? Solo le leía.
Le leía porque le quería.
Desde nunca y desde siempre.
Y sus cartas parecían ya vaho.
Se pegaban en todas partes.
Desgastadas y a punto de desaparecer.

Solo le leía para despedirse
y jurarse no volver a leerle más.
Cada noche antes de irse a la cama
para soñar por última vez
y despertar con la falsa esperanza
de que este será un nuevo día.

Un nuevo día sin madrugada.
Una nueva carta en el buzón.

domingo, 30 de agosto de 2015

sábado, 29 de agosto de 2015

Verdad 29

¿Por qué me meto siempre en jardines como estos?
—Porque son los que tienen las flores más bonitas.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Arquitecto de escaleras hasta el cielo

Yo conocía a un poeta
que más que dramaturgo
era arquitecto de vocación.

Escribía solamente versos
-con formas de escalera-
que te subieran a los cielos
y te dejaran rozar la cima,
perder la cuenta de las estrellas,
mantener la cabeza en las nubes
y volar sobre los tejados
sin suelo bajo los pies.

Versos con forma de escalera
en los que contar escalones era absurdo.
Cuanto más alto, mejor.
En eso no dudaba nunca.

Él no escribía poesía,
ni rimas,
ni metáforas,
ni mentiras
o ironías.
Él escribía vida.
Él escribía sueños.
Él escribía metas.

Él escribía, vaya, y con eso era más que suficiente.

Volar era fácil.
Tropezarse aún más sencillo.
Caer casi imposible:
las rampas estaban terriblemente prohibidas.

Y a veces algún escalón se quebraba
pero poco importaba aquello
en el pico más alto del mundo.

Había tantos... tantísimos tipos...
¿Sus favoritas? Las de caracol.
Tanto le gustaba darle vueltas a todo
que algunos médicos le diagnosticaron locura.
¡Bendita locura la suya!
Cuanto más largo el viaje, mejor.

Dibujaba tormentas con tinta de colores.
Escribía renglones infinitos
que cerraba con un punto y a parte...
Porque nunca acababa su trabajo.

Nunca construía un muro que chocara con el cielo.
Nunca escribía punto y final.

Pero qué cariño le ponía a cada verso.
Nadie en el mundo daba tanto por tan poco.

Escaleras infinitas de versos inacabados.
Escaleras infinitas que rozaban los abismos
sin tocarlos del todo
sin perderlos de vista.
Porque nunca, nunca, nunca escribía punto y final.
No en sus escaleras.
No en sus versos llenos de vida.
No en sus obras.
No en sus bocetos a medio acabar.

Siempre.
Siempre a medio acabar.

Solamente el final significaba caer.
Solamente un verso roto
era sinónimo
de una muerte prematura
escaleras abajo
descendiendo desde el cielo
hasta el mismísimo infierno.

Pero eso con él era difícil
porque nunca sabía uno
si estaba en el tercer piso
o en el trescientos quince.

Arquitecto de escaleras hasta el cielo.

Conocía un poeta,
constructor de escaleras y bocetos sin acabar,
sin fin alguno y sin principio,
sin rampas,
sin puntos,
sin condenas
y sin muerte.

Conocía un poeta
arquitecto de vocación.
Constructor de vida y sueños
sin tinta suficiente para terminar.

martes, 25 de agosto de 2015

Nunca Jamás

No nos damos cuenta de que solo somos niños.

Niños con carnet de conducir...
que ni hacía falta en los autos de choque.
Niños con vasos de ron en la mano...
que jamás sustituirán el colacao del desayuno.
Niños con rímel corrido de llorar...
y no precisamente por caerse de la bici.
Niños perdidos por las calles...
sin megáfono con el que poder llamar a mamá.

No nos damos cuenta. Y eso que hemos perdido.

Ahora no se llora cuando algo hace daño.
Ahora no se pregunta por qué.
Ahora no se explora, ahora no se toca.
Ahora no se vive como debe ser.

Las cosas han cambiado. Es hora de hacerse mayor.
Pero que no nos engañen.
Crecer es una trampa.
Todavía somos niños.
Y no nos damos ni cuenta.

Hemos perdido las ganas de correr sobre el cemento
si no es sobre cuatro ruedas,
de saltar a la pata coja
y no pisar las líneas de las baldosas.
Hemos perdido las ganas de chillar de puro terror
y de madrugar los sábados.
De sonreír sin sentido alguno
y picarse con cualquier tontería.
Hemos perdido las ganas de vivir al límite,
de llorar cuando no se debe,
de reír cuando no hace falta,
de enfadarse sin motivo,
de tener miedo de sombras,
de rechazar sin conocer,
de querer siendo correspondido,
de poner cara de asco con los besos de mayores,
de ensuciarse las manos,
de beber con pajita,
de leer despacio,
de soñar despierto,
de cantar con gestos,
de abrazar con ganas,
de contar con los dedos,
de imaginar un mundo a parte,
de volverse loco.
Hemos perdido las ganas de volvernos locos.

Y no nos damos cuenta de que aún somos niños.
Y eso que nos estamos perdiendo.
No nos damos cuenta de que aún es pronto
para escaparse -por siempre- de Nunca Jamás.

lunes, 24 de agosto de 2015

Busca

Nunca dejes de buscar.
Busca mentiras en las sonrisas. Busca sueños entre las sábanas. Busca calor en las zapatillas justo nada más despertar. Busca niebla en las pupilas y enredos en las pestañas. Busca confusión entre ceja y ceja. Busca reflejos en los charcos. Busca.Busca dolor en zapatos de tacón y busca cansancio insaciable en las madrugadas. Busca un día más en febrero y un día menos en marzo. Busca quemadura en un chupito de tequila. Busca dos caladas más a la colilla del cigarro. Busca. Busca encuentros tras las esquinas. Busca mareos en viajes de avión. Busca antiguas conquistas perdidas aunque no encuentres el mapa del tesoro. Busca. ¿No me oyes? Busca placer en brazos de otro. Busca ideas bajo las piedras. Busca melodías que ya no existan y melodías que están por existir. Busca dolor, cariño, miedo. Busca metas que superar. Busca cura en mentes enfermas. Busca conocer miradas de desconocidos. Busca pompas de jabón en el aire. Busca huracanes en las brisas de verano. Busca vivir antes de que sea demasiado tarde. Busca, mierda, ¡busca!
Ya me suena hasta raro.
Buscar, buscar, buscar, buscar.
Nada tiene sentido si te cansas de buscar.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Café

Te sabe la boca a café y quiero que me expliques esto ahora mismo. ¿Como te atreves a salir a tomar un café con otra más? Te lo tengo dicho. Que no, que a mí esa me da lo mismo. No vuelvas a tomar café. ¿Me has entendido? El café es lo nuestro. El café es lo mío.

martes, 18 de agosto de 2015

No sé ni cómo lo haces

Mierda.
No sé cómo lo haces.
¡Estás escondido, y a la vez por todas partes!

No he abierto los ojos y ya estás levantando el sol alto en el cielo.
Pongo a calentar la cafetera aún con legañas, y ahí estás con tus buenos días.
El agua de la ducha sale demasiado fría y me robas el grito de guerra.
Deja de robarme el grito de guerra.
Tú ya no vives aquí.

Me confundo de calcetines y resulta que me has quitado el último par.
Siempre se me pierde el derecho, y vas tú y me quitas el izquierdo también.
Ya te vale.
Siempre haces lo mismo.
Deja de esconderte, que te estoy viendo.

Olvido las llaves dentro y ahí estás tú, dando dos vueltas al cerrar.
Mi llavero es el amarillo, no me quites también eso.
Me salto tres semáforos y me los pintas de verde.
Aparco en doble fila y la bronca me cae a mí.
Que ya lo sé, que conduzco como el culo.
Déjame en paz, no eres mi padre.
¿No te cansas de perseguirme todo el tiempo?

Vuelves a mirarme mientras trabajo
y a escribir tu nombre en mis cuadernos.
Me da igual que esté el mío al lado.
Y aún me importa menos que lo hayas escrito tú.
-Aunque te seré franca;
tienes una letra demasiado bonita.
Nuestros nombres encajan a la perfección.-

Que no te escondas, que te he visto.
Cierra la puerta al salir.

Si me pongo a tiritar ahí estás tú para taparme.
Si me quedo dormida en el coche, para subirme a casa en brazos.
¿Has guardado los zapatos en el armario?
Estás en todo. Alucinante.

Me olvido de preparar la cena y cuando despierto hay velas en la mesa.
Y música jazz.
Dios mío, ¿eso son patatas fritas?
No te imaginas lo que te odio en este momento.
Pásame la sal, anda.
Esta herida duele demasiado (poco).

Me besas la frente y apagas la luz.
Sueñas despierto con que sueñe dormida.
Y yo solo cruzo los dedos porque no se repita la historia de nuevo.

-Aunque verdaderamente
espero que no me faltes nunca-.
Así que deja de esconderte.
Sabes de sobra que para mí siempre estás por todas partes.

Mierda.
Que no te escondas.
¿Dónde estás ahora?
No sé ni cómo lo haces.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Me debes una copa

Me debes una copa. No sé si te acuerdas. De aquél día en aquél bar. Me juraste que era la chica más bonita del local. Si mi memoria no me falla... creo que hasta guiñaste un ojo. Lo juro. Lo hiciste. Pediste un Martini con hielo y loquequieralaseñorita. ¿Dónde está mi copa? Me debes una copa. Y no te pongas chulo. Voy a pasar por alto el pisotón y el cigarrillo a medias. Que conste que no es porque no me duela. Me duele, y mucho. Pero más me duele la copa. Me debes una copa. Que no se te olvide.

Me debes una noche. Hoy es el séptimo sábado que piso este suburbio. Apesta a alcohol del malo y a furcia barata. No sé qué narices hacías tú por aquí. No te pega. A mí tampoco. Supongo que es de esas veces que el destino se ríe en nuestra cara. Coincidir con cualquiera en un sitio cualquiera y tratar de provocar de nuevo al azar. ¿Qué probabilidades había? Ninguna. Te lo digo yo. Supongo que se trata de eso. Azar. No lo entiendo. Ya no estás aquí. Yo tampoco creo estarlo. Aún tienes que saldar deudas. Te estoy esperando. Me debes una noche. Me la debes. No me engañes. No te hagas el sueco.

Me debes un beso. Quizá lo que surja. Me he sentado sola en la barra. Como la otra vez y como todas las siguientes. Se me han acercado dos. Según ellos sigo siendo la chica más guapa del local. Me han invitado a una copa. Yo me he reído. Qué ironía, ¿verdad? Ellos quieren cumplir tu promesa y yo no les dejo. Eres tú el que me debe una copa. Ellos no. Ellos me importan una mierda. Sus copas menos aún. Quiero la tuya. Quiero que tú me la pagues. Me debes una copa, un noche y lo que surja, ¿recuerdas? No me dejes así. No  me dejes. No es justo.

Me debes una vuelta a casa. He bailado hasta que me dolían los pies y me he fumado yo sola el cigarrillo. Me he acabado la copa y he pagado la tuya también. Pregunta al encargado. He vuelto a irme a casa vacía y he tachado otro sábado más del calendario. Esperaré al siguiente para verte de nuevo. Ahora me voy a la cama. No, para ti no hay sitio. Se te acabó la tregua. Me debes demasiadas cosas ya. Aunque aún tengo sed. ¿Salimos? ¿Me invitas? Creo recordar que me debes una copa.

viernes, 7 de agosto de 2015

Primera semana de tratamiento

He vuelto a perder el bolígrafo y para cuando lo he encontrado ya no recordaba qué quería escribirte. Porque siempre soy yo la que te escribe, y nunca eres tú el que me lees. Es parecido a aquello que pasaba en clase cuando a Fulanito le gustaba Menganita, y se enteraba todo el mundo menos quien se tenía que enterar. Lo mismo pasa contigo. No te enteras de nada. Se me ha ido el santo al cielo, al igual que te fuiste tú, dando un portazo y para no volver. Voy a intentar empezar de nuevo.

Te has olvidado aquí un par de cosas y quería que te pasaras a tomar un café. Sí. No, las cosas no hace falta que te las lleves. No me molestan y huelen a ti. Puedo guardártelas un poco más. Lo que sí podías hacer es ayudarme a moverlas al salón. En mi habitación ocupan todo el espacio y pesan demasiado para mí. No las he tocado. Lo digo de verdad. Está bien... sí, el otro día estuve hurgando entre ellas. ¿Qué quieres? Olían demasiado bien. Encontré unos cuantos besos a medio hacer y un par de llamadas perdidas. También te has dejado una cajita llena de carcajadas y un bote hasta arriba de lágrimas. Son dulces, así que creo que son de risa. Doce tardes de cine y tres cenas en el burguer. Una escapada y treinta y cinco noches en vela. No te preocupes, no hace falta que me pagues nada. Ya me lo compensarás de alguna manera, y si andas falto de ideas te echo yo misma una mano. O dos, si las quieres. Abrazos por la espalda que creo que nunca llegaste a estrenar. Están nuevos, o casi. Podríamos darles uso algún día. Quince favores también. Me debías ya quince favores, también me lo anoto. Por si algún día se te cruza un cable y te apetece saldar cuentas. Dos canciones, una de ellas lenta. Más de cinco promesas, cada cual más estúpida. Están un poco gastadas pero a mí aún me sirven. Tuve que perseguir a todas las ganas que salieron corriendo, y volver a hundirlas otra vez hacia el fondo de la caja. Dieciséis en total. Dos meses doblados en tres, es decir, ocho. No estoy muy segura. Sabes que nunca he sido de mates. Ah, una discusión. Te gané en una discusión. Fue solo una, pero también me debes esa victoria.

Creo que eso era todo, no te imaginas cuánto pesa esa caja. No puedo con ella y necesito ayuda, en el dormitorio no me deja dormir.

Quería que supieras también que me estoy comportando, como te prometí. Ya no necesito que me riñas más veces. Me han dicho que la mejor cura para estas historias es el tiempo, pero a mí me sobra por todas partes. Y me da demasiado para pensarte. Fíjate, te has ido y aún así sigues robándome. No te preocupes, tengo de sobra. Yo les he dicho que mi historia no es como las del resto, y me he inventado mi propia receta. Adivina de qué trata. No, cacho melón, me refería a escribirte. Mucho y muy a menudo. Tiene efectos secundarios como nostalgia, dolor y frío, pero creo que funciona. Creo que algo hace. Por si acaso, hasta que acabe el tratamiento, te guardaré parte de la cena en un tupper, y te dejaré la mitad de la cama sin hacer, por si algún día te apetece venir a hacerla conmigo. O deshacerla. Que lo mismo me da, oye.

Hacer sigo haciendo. Ya no el amor, sino el ridículo. El otro día eché a un tío a patadas de mi casa. Literalmente. También sigo metiendo la pata y las narices donde no me llaman. Con tres copas de más sus juegos de palabras sonaban parecidos a los tuyos. También olía bien pero no a recuerdo. Más bien a gato encerrado. Yo no necesito más arañazos de momento. Tomar tomo. Vodka y decisiones. De lo primero del malo, y de lo segundo también. No doy una, ya lo sabes. Siempre he sido más de recibir.

Me están llamando al telefonillo. Te tengo que dejar. Nos vemos esta noche, ¿al final en tu cama o en la mía?

miércoles, 5 de agosto de 2015

Entre primavera y mayo

Ella solo nacía primavera
y moría a finales de abril.

Decía que no le gustaba el frío

porque no quería congelarse
como cada vez que el tiempo
se posaba en sus pupilas.

Y si mirabas sus pupilas

era sencillo quedarse congelado.
Entiendo que el tiempo no pudiera resistirse.

Escribía en hojas secas

a tinta líquida
y luego las escondía debajo de los tejados
para que todos sus versos
y sus gritos al vacío
no pudieran borrarse nunca
como había hecho siempre su presencia
y el rímel que enmarcaba su mirada
asesina 
cada vez que se emborronaba 
con el chaparrón de turno.

Pero ella no quería ser febrero ni agosto,

ella quería ser siempre abril. 

Lloraba porque era lo más sencillo

y más parecido
a rozar el mar con la punta de las pestañas.
Aún así era más de alcohol
que de sal
en la herida. 

Siempre que despertaba las flores ya estaban abiertas

porque ella era entera lluvia.
Lluvia y primavera.
Los huesos le quebraban al estirarse por la mañana
y los músculos se le entumecían
porque de tanto moverse 
había conseguido quedarse quieta del todo.

Completamente quieta

pero sin parar de llover.

No comía manzanas rojas

por complejo de princesa
ni calzaba zapatillas
que sonaran al andar.

Siempre quiso ser invisible

y lo había conseguido.
Era vaho,
vaho y rocío.

Reía al ritmo de las hojas del calendario.

Pero nunca las pasaba
porque no había tiempo suficiente
como para andarse con tonterías.

Abril se acababa

y con ella el frío que no hiela
y el calor que no calienta.

Diría que sabía volar

pero jamás pisó suelo firme.
Su vida entera era un simulacro.
Y todo el mundo sabe
que nunca nadie 
se los toma en serio.

Era una broma pesada.

Siempre creyó que era tormenta de verano
pero no se dio cuenta
de que mucho frío a veces quema.
Y ella entera era hielo
y quemadura de tercer grado.

Menuda ironía aquella de nacer primavera
y morir antes de mayo.

lunes, 3 de agosto de 2015

La chica de los abismos

Era como una constante operación a corazón abierto.
Siempre expuesta a todo.
Siempre con las puertas a medias
sin abrirlas
y sin cerrarlas,
sin dejar entrar nunca del todo
y al mismo tiempo
sin dejar salir a nadie.
Expuesta a todo y sin seguro a todo riesgo.

Quería y no podía,
podía y no quería,
me quería y me podía
y aún así estaba fuera de toda posibilidad
besarle la frente cada noche
y el alma cada mañana.
Y yo quería que quisiera quererme
y ella quería quererme sin querer.
Conjugar verbos era demasiado complicado con ella. 

Era un imposible en toda regla
y bien se encargaba
de partirme los esquemas
con cada pisada 
de tacón de aguja
y cada pestañeo 
de los que levantan polvo
en los rincones
de la mente de un pirado.

Un pirado como yo. Un pirado como ella.
Que cantaba botellas de vodka
y bailaba rayas de coca.
Bebía recuerdos y bromas pesadas
y se inyectaba en vena Rock and Roll.
Y reía con subtítulos,
y dormía a mente suelta
y nunca te llamaba antes de las tres.
Porque estaba loca, loca perdida.
Y no había píldora para tal trastorno.

Gritaba palabras indescifrables antes de que el sol saliera.
Escondía un diccionario en sus pupilas
traducido a todas las lenguas del mundo
menos a la mía.
Siempre repetía lo mismo:
''Si pudiera te besaría''.
Y podía,
siempre podía,
pero así lo susurraba
en primera persona,
condicional simple de indicativo.

Como si no pudiera por ser primera y no segunda.
Como si no pudiera a pesar de la condición.
Como si no pudiera ser simple.
Como si no pudiera indicarlo de forma más sencilla.

Daba vértigo porque era un abismo infinito
de esos donde los gritos rebotan 
y los problemas parecen más pequeños desde allí.
Le gustaba saltar desde las alturas
porque siempre caía de pie.
Y a mí me gustaba volar en aquel precipicio.
Y a mí me gustaba caer a diario en aquel abismo.
No sabíamos querernos en condiciones,
pero sí sacudirnos el polvo.

Estaba loca,
rota,
perdida
y sin querer.
Estaba muerta por dentro 
y cada noche se encargaba de matarse por fuera
en cualquier bar que no cerrara
antes de las cinco. 

Sus cristales te pinchaban los pies al entrar
porque estaba hecha pedazos
y no sabía arreglarse.
Llegaba tarde a todas partes
porque arrastraba cadenas
pintadas de cicatrices.
No sabía vivir
pero sí ser poesía
y sus versos, 
sin duda, 
eran lo más bonitos que he leído entre líneas.

Era mágica y hacía magia
solo que ella no lo sabía.
Y era completamente inevitable
pasar a su lado
sin girar la vista.

Quiérete
-dibujé en su espalda un día-
quiérete como yo te quiero.
Sonrió de oreja a oreja
y se calzó sus zapatillas.

No volví a verla nunca más.
Esa fue la última madrugada para mí
de la chica de los abismos.

domingo, 2 de agosto de 2015

Heridas de guerra

Hay heridas que se quedan abiertas
porque solamente quieren ver mundo.

Hay heridas que no cicatrizan
porque las cicatrices son siempre feas.

Y al principio escuecen
y molestan 
y te dejan marcado.

Pero decidme una sola cosa que no lo haga en esta vida.
Aquí y ahora.

Son siempre tristes
al igual que las despedidas
al igual que pasar página
al igual que abrirse al mundo y salir del cascarón
o saltar del nido
y echar a volar lejos
dónde las heridas
al menos
te dejan marcado de otra manera
y la cicatriz
no sea más
que un tatuaje nuevo de guerra.

Creo que eso es casi más importante
que todo el alcohol que puedas echarte
-o beberte-
para sanar y cerrar llagas.

Todas ellas te hacen
todas ellas son.

Las heridas y las despedidas son siempre tristes
pero casi compensan
el planeo hasta el suelo.