solo son condena
para el dueño.
Como pasa con casi todo.
La cosa es cuando ya no son solo besos
lo que te roba una persona.
Es entonces cuando te has metido en un lío
porque o bien estás condenada a ser víctima
o ya formas parte del bando criminal,
es decir,
que ya eres una jodida delincuente.
Y como pasa siempre;
después del delito
es casi imposible salir intacto.
El otro día desperté entre otras sábanas
y mi primera reacción no fue otra
que llorar lágrimas de alegría
porque no eras tú de nuevo
el ladrón de mis sueños
y era otro el que ahora
se metía entre mis pesadillas
o mis piernas
o mis mil gritos silenciosos
que solo pueden robarse
entre suspiros con sabor a madrugada.
Era todo demasiado bonito
como para largarse sin pasar por juicio.
Los arrestos son mejores
amarrados al cabecero de la cama
y las confesiones
susurradas a oídos de desconocidos.
Eso lo saben hasta los del calabozo.
Aunque para mí,
realmente
la verdadera condena
es desconocer el nombre
de aquel que ahora
hace que grite apretando los dientes
entre estas cuatro paredes
cada uno de mis crímenes.
Por eso una vez que entras en la vida del fugitivo
es difícil salir de ella,
porque no es lo mismo robar
que ser robado
aunque en todos los casos
termines con la otra persona
-o antes
o después-.
Y ahora es más complicado de lo que parece
deshacerse del gamberro
que te grita en el oído izquierdo
que te pongas tu mejor perfume
te vistas con tu minifalda
y corras a hacer vandalismo
a cualquiera
que no se lo merezca.
Ahora son cadenas
lo que llevo amarrado a las caderas
y condenas
todo lo que puedo arrastrar.
Maldito ladrón
que roba de todo
menos miserias.
Maldito aquel
que cometió tal homicidio
y condenó a esta pobre chica
a robar de donde no hay
y fugarse de donde no debería.