sábado, 31 de octubre de 2015

Noches tristes de sábado

Tristeza se emociona como cualquiera un sábado antes de salir.

Tristeza se viste de gala y maquilla sus mejillas con tonos pastel,
repite y berrea a voz de grito sus canciones favoritas,
alborota sus rizos agitando la cabeza
y baila al compás del segundero del reloj
siempre que llega exageradamente tarde.

Es guapa y bonita
y a veces se le olvida.
Se apunta las veces que llora al dormir.

Tristeza escoge zapatos al azar y desfila descalza sobre la moqueta,
se esconde en historias idílicas recitando en alto trolas y patrañas,
diálogos que ojalá pasasen,
vidas paralelas alejadas de lo correcto,
rímel explosivo y sombra de ojos,
identidad caducada y nunca sin cuestionar.

Es bonita y guapa
y a veces no se acuerda.
Se apunta las veces que llora al despertar.

Tristeza ojea revistas por encima mientras espera a que llamen al timbre,
coge la chaqueta por si acaso hace frío y la deja donde antes para tener una excusa,
guarda el tabaco en el bolsillo pequeño tanto para escaparse como por necesidad,
se retoca el pintalabios que dibuja su sonrisa
porque otra vez se le ha emborronado,
los labios se tatúan en la otra dirección,
lo intenta con tantas ganas que casi parece nueva.

Es belleza y soltura,
es dolor y aliento,
y a veces no se entera de que puede serlo todo.

Pero entonces Tristeza despierta,
reacciona y no hay muerte que más clara se advierta...
Pero entonces Tristeza la triste
quiere derrumbarse y ya ni una noche más resiste...
Y Tristeza se desviste y vuelve a caer.

Todo su cuerpo pesa demasiado
y todas sus ganas se han quedado en la almohada
al lado de las manchas de la sombra de ojos
y de la sonrisa desdibujada de ayer.

Desdichada desdicha la suya.
Triste tristeza a más no poder.
Tristeza se emociona como cualquiera un sábado antes de salir
y espera paciente en la puerta para aquel que no necesite de su presencia.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Puñales 28

Te has dejado el puñal clavado y me ha costado cinco puntos.
Uno de forma accidental y otros cuatro por juicios perdidos.

Trata de no volver a lanzarlo a ciegas;
la puntería es mi fuerte y no el tuyo.

El médico dice que invita la casa,
que a todos nos pasa,
que es mejor así.

Prefiero llevarme desventajas a mi terreno... así que creo que me lo voy a quedar.
Aún tiene punta, y duele de cojones.
Puedo sacarle cualquier otro provecho.

lunes, 26 de octubre de 2015

En el aire...

Era libre, porque podía ser lo que quisiera.
Y estaba loco, porque era más divertido así...

Hablaban de él como un líder,
fénix radiante un día de lluvia,
protegiendo sus alas de fuego...
Resignándose a convertirse en cenizas.
Fuerte e imposible.

A doble cara.
Volar era sencillo sin miedo a las alturas.

Doscientos treinta y séis era su número favorito
escrito en la esquina del calendario de hace años,
al igual que su nacimiento,
y el día de su fallecimiento;
porque él moría si quería
y eso es lo que quería hacer.

No entendía por qué nunca nadie le escribía...
y no le hizo falta decirlo en alto
porque ya iban doce folios escritos en todos los idiomas que conozco;
uno por cada mes sin él.

Le escribían y no lo sabía.
Era así.

Había pasado un año
desde que dio el salto
había pasado un año
desde que decidió vivir.

La recuperación sonaba a gloria
siempre que fuera de sobre seguro.
Era curioso, pensaba que la caída era cosa de locos...
y él era primero en la lista sin cita previa.

Pero, ¿qué voy a contarte yo?
este es uno de los casos prohibidos
dentro de la escuela de narración omnisciente.
Yo solo miraba, solo estaba mirando...
hace tiempo ya que despegó de tierra firme.

Era de verdad, porque podía serlo.
Estaba condenado a vivir su propia vida.
La butaca de espectador ya se le había quedado pequeña
y las cuerdas que sujetaban sus muñecas y tobillos
le hacían sangrar.

¿Y por qué no desatarse y salir a ver el sol?
¿Y por qué no dar el paso y salir de la caverna?
Pensaba yo en él como un puzzle con pocas piezas...
¿Gana quien se queda sin ninguna, o era eso el parchís?

El tiempo era relativo dentro de su vocabulario,
le gustaba amanecer temprano y nunca volverse a dormir.
El eterno inconformista le llamaban mis amigas,
¡Maldito chalado...! solía llamarle yo.

Que no había que entenderlo, me repetía continuamente.
Que no intentes entenderme, me repetía él.

—Déjame.
—Ya te dejo.
—Y no vuelvas.
—No lo haré...
—Entonces vete.
—Te quiero.
—No me ates...
—Márchate.

Intentaba comparar todo con todo lo demás,
sacaba conclusiones y teorías de la nada,
era absurdo
y arte clásico,
contradictorio de serie,
era caos... proporciones...
e imposible buscarle un sentido común.

Firmaba al revés y dado la vuelta,
lloraba hacía arriba
con sonrisas de tristeza,
¿y qué importaba?
Era así porque quería,
era así porque podía,
era así porque creció.

Nacimiento sobrevalorado...
muerte súbita sin la atención requerida.
Trastorno diagnosticado,
ansia y prepotencia precoz.

Fenix de los cielos...
caminante sobre nubes...
lenguaje sin sentido...
cara y cruz.

Jamás traté de entenderlo
porque supe desde el principio
que era tarea imposible.
No me hacía falta entender nada de nada,
al igual que a él tampoco comprender mi incomprensión.

Por eso dio el salto del que ya no era su nido,
por eso despegó.

Planeó, porque podía.
Gritó, porque quería.
Se embaló, porque fue fácil.
Libre... suyo... en el aire.

domingo, 25 de octubre de 2015

Vigésimo cuarta noche en la mesa tres (V)

Levanté la mano hacia el cielo, señalando al hombre de la barra, pidiendo rellenar mi vaso vacío y dándole a entender, al mismo tiempo, que quería un día más lo mismo que siempre.

—¿Es hoy el día? —cuestioné esperanzado—. ¿Vas a responderme hoy por fin?
—¿Cuándo dejarás de hacerme preguntas?
—Cuando halle una respuesta, y no otra pregunta a modo de contestación —me adelanté—. Y no, no vuelvas a repetirme que algunas veces una pregunta es capaz de responder a cualquier otra.

Los dedos volvieron a repiquetear de forma nerviosa contra el vidrio trasparente y vacío.

—Yo no puedo responderte. No soy nadie —se resignó.
—Claro que puedes —le contradije—. Lo eres. Responde.

Pero esos ojos grises evitaron encontrarse conmigo otra vez.

—Es lo último que te pido... solo quiero respuestas.
—Hay pocas respuestas y demasiadas preguntas. Dudo poseer la información que necesitas.

El líquido bañó las paredes del vaso, haciendo chocar el cubito de hielo que flotaba último de forma monótona contra el cristal.

—¿Recuerdas lo primero que te dije? —trató de despistarme.

Un par de segundo vacíos inundaron el aire repleto de humo. No respondí porque no quise hacerlo.

—Te dije que antes solía ser como tú. Buscaba hacerme preguntas de las que no pudiera obtener respuesta. Buscaba información que realmente no existía. Nadie me obligaba; me gustaba hacerlo.
—Te gustaba —remarqué.

Me miro indiferente, dándome de un golpe la razón.

—Un día me di cuenta de que lo que de verdad importaba no era la respuesta que otro te diera, sino el sentido que tú quisieras darle a tu pregunta. Te lo dije, ya te lo dije, cualquier realidad es subjetiva y no importa.

Mastiqué todas las letras que acababa de escupir.

—Eso significa que jamás responderás a ninguna de mis preguntas —afirmé—, da igual la cantidad de veces que intente liarte y hacerte caer.

Asintió.

—Porque eres un cabezota —ataqué—, y tienes muy clara tu filosofía.

Asintió.

—Porque tienes la mente cerrada e intentas inculcarme tu verdad —refuté de forma superior—, como casi todo aquel algo inteligente.

Asintió sin reparo.

—Porque no tienes respuestas.
—Y porque no tienen valor —añadió.

Esta vez fui yo el que asentí. Un minuto hueco a causa de una muerte prematura. Una llamada de teléfono rogando un perdón, un billete sobre la barra y un vaso descargado y sin hielo.

—Una cosa más —alcancé a decir ya desde la puerta.

No hizo ademán de girarse siquiera.

—¿Por qué escribía ella en las palmas de sus manos?
—No lo sé —abandonó—, nunca se lo pregunté.

No pude sino agarrarme al pomo de la puerta de forma violenta.

—Eres consciente de que de todas las preguntas que te hiciste y que te haces, esa quizá fuera la única en la que pudieras rozar la verdad absoluta... ¡Una respuesta por fin a un porqué...! —culpé de forma mezquina y enfermiza—. Y que nunca te molestaste en buscarlo, porque abandonaste antes de empezar concienciado a más no poder sobre que todo es relativo y nada tiene un sentido, un juicio o una razón...
—Sí —admitió la culpa y condena en su totalidad—. Soy consciente de tal metedura de pata.

Me acerqué hasta donde él estaba y mantuve la mirada firme hasta que pude leer la suya.

—¿Por qué escribía ella en las palmas de sus manos? —repetí.
—No había mejor lugar para toda esa tinta perdida —garantizó de forma automática sin percatarse siquiera en qué es lo que decía—. Quizá para no olvidar. Quizá para no manchar papel.

Cerré los ojos con fuerza, queriendo encontrar mi juicio y coherencia. Queriendo calmar mis dudas e hipótesis.

—Carece de valor alguno —confesó.
—No.
—¿Por qué?

Y respondí contradiciendo del todo sus mil teorías. No pude permitirme dudar en hacerlo.

—Las palabras de un desconocido siempre poseen mucho más valor —dictaminé—.

viernes, 23 de octubre de 2015

Hora de llegada 23

Y qué importa si te espero despierta o dormida
si no dejo de esperarte
ni me aparto de la puerta.

jueves, 22 de octubre de 2015

Atenea

Me hablaste del arte de la guerra
como sinónimo estratosférico de sinopsis apagada,
brillante y a oscuras frente a lunas tintadas
en el séptimo cielo del tercer paraíso.

Me hablaste del arte de maltratar con la mirada
y dejar caer pestañas cual huracanes grandilocuentes,
y ajusticiar justicias impropias, cinco dedos de frente,
y marear la perdiz quince veces y sumar otras tres por descuido.

Me hablaste del arte de agredir insolentemente,
de dormir colgada, del revés y sin derechos,
de soñar ironías y teorías disparatas por el mero hecho
de echar de menos a ojos cerrados tumbados bajo tierra.

Me hablaste del arte de reírse del maltrecho,
de someter imperios y personas a falta alguna de delito,
de destruir historias escritas en piedra a golpes y casi voz de grito,
de llorar tormentas de arena y cadáveres andantes.

Me hablaste del arte de romper como un arte exquisito,
de luchar como tragicomedia y reírse como absurdo remedio,
de tomarse a la ligera la perspectiva del dolor y tragarse recreo o intermedio,
de no cansarse nunca de vencer o ser vencido, de enfrentarse con alma de diablo expuesto.

Me hablaste del arte de guerra como curación divina al tedio,
total piedad perdida ante cuerpos que antes de tiempo flojean,
lazos deshilachados, extraviados tratados que ya no se ojean...
injusticias y desdichas por fortuna magnate de la infeliz y trastornada Atenea.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Décima noche en la mesa tres (IV)

—Voy a intentarlo una vez más... —traté de tranquilizarme y ordenar mi juicio en su sitio— y no repetiré un solo por qué.
—De acuerdo—me siguió.

Hasta la voz de la presentadora del telediario, a dos metros de mí, en una tele antigua, ancha y con culo, sonaba lejana y silenciosa.

—¿Qué buscas?
—¿Qué busco? —y casi, si no le conociera, pareció sorprendido.
—¿Por... —me frené— las preguntas.
—¿Las respuestas? —trató de atajar.
—Las preguntas —confirmé seguro.

Se llevo un palillo de madera a la boca y jugueteó con él entre los labios, masticando y tragando cada segundo de ese terrible silencio angustioso.

—Explícate —me pidió.
—No, explícate tú —le exigí—. ¿Cuál es el fin de todo esto?

Tranquilidad apabullante y felicidad desmedida innecesaria. Ojos claros, gastados de tanto mirar.

—¿El fin de todo esto? —repitió meticuloso.
—Eso he dicho.
—¿Te refieres al final definitivo?
—No —contesté tajante—, sabes de sobra a lo que me refiero.

Otra copa sobre la barra. Y con esta iban tres.

—No puedo responderte.
—Claro que puedes —insistí.
—¿Tendría que haber un fin a todo esto?
—Tal vez —me encogí—. Siempre lo hay.

No tardó más de cinco segundos y yo ya me había vuelto loco del todo. Todas mis uñas sangraban de nerviosismo y mis pestañas saltaban al vacío gracias a todos y cada uno de mis lamentos.

—Un porqué —confirmó.
—¡No! ¡No vas a pillarme otra vez!

Solté de golpe un puñado abundante de monedas sobre la barra y tres tragos resbalaron por mi garganta de una sola vez. Fuera hacía demasiado frío y había olvidado mi cazadora en el coche... pero cualquier sitio era mucho mejor que aquel.

—Consideralo un regalo —me llamó.
—¿Un regalo? —pregunté sin obtener respuesta, a punto de liarme a puñetazos con cualquier pared— ¿Quieres hacerme creer que toda esta tortura no ha sido más que un favor?
—¿No debería ser así, pues? Te estoy regalando conocimiento.
—Me estás regalando dudas —le corregí—. Las respuestas serían el conocimiento, me figuro. Y ni siquiera eso sería válido sin forma de demostrar que andas en lo cierto.

Mi atrevimiento pareció no provocar en él consecuencia alguna. El frío de la noche golpeaba mis mejillas. Alguien pidió al fondo que cerraran la puerta.

—No hay manera de demostrar que ando en lo cierto, ni que nada es cierto, ni que el hecho de tener respuestas ciertas sería lo idóneo. No hay manera de demostrar que las respuestas fueran sinónimo de conocimiento. De esta manera partimos de la nada y de lo único que nosotros podemos crear, y ya sean incógnitas o verdades magnates... ¿no serían estas pues el equivalente al único conocimiento que podríamos adquirir nunca; ninguno?

Callé.

—¿Y no es eso acaso equivalente a inteligencia? ¿No es sinónimo eso de libertad? —me discutió.

Mis pies volvieron a pisar las baldosas del local, ansiosos por la posibilidad de recibir por fin respuestas.

—Estás creando ideas a causa de esas dudas.
—¿Que tú me has regalado? —interrumpí con voz desafiante.
—Que yo te he puesto delante —me corrigió ahora él—. Te he impulsado a pensar y crear ideas. Considero este el mejor regalo que se puede hacer a alguien como tú.

Ante mi silencio no patinaron más que dudas que se perdieron en el eco de mi cordura.

—Esa es mi teoría —concluyó intentando poner fin a la conversación.
—¿Científica quizá? ¿Filosófica?
—¿Acaso importa mucho?

Me reí ante tal ironía y volví a sentarme en la mesa. No me explico aún por qué lo hiceni sigo haciéndolo. Quería marcharme, pero aún necesitaba respuestas. Se hacía tarde... me dije. No me escuché ni me hice caso.

—No lo veo justo —argumenté un rato después—. Yo no te he pedido nada... y ahora mírame. Me estoy volviendo loco.
—La locura es relativa y la justicia no existe ni ha existido jamás.
—¿No? —cuestioné.
—¿Qué es justo?
—¿Qué es justo? —repetí tratando de ganar tiempo.
—¿Has sido testigo alguna vez de algo así?

No supe qué responder.

—Yo... —balbuceé.
—Cuestión de fe —trató de consolarme—. Siempre he pensado que se trata de cuestión de fe. Ahí ya entrarían tus criterios. Creer en la justicia no es siempre sencillo.
—¿Por qué dic... —me frené—. No tiene sentido. Olvídalo...
—¿Sabes? —divaga—. El sentido tampoco existe...

lunes, 19 de octubre de 2015

Encuentros fortuitos

Me perdí en las luces tristes de reflejo lúgubre de todas las calles en el mes de diciembre, como quien abandona a sus demonios en la calzada de una autopista, para recoger otros completamente nuevos ocho metros más allá. 
Me perdí como quien pierde a un alma gemela, sabiendo que las naranjas nunca tienen una sola mitad. 
Me perdí en las brazadas versátiles, que versaban a escondidas a media tarde entre susurros, y adormecían silencios guardados en cajas de cartón. Me perdí como quien pierde un calcetín en la lavadora, sabiendo que aún guarda en el cajón otro par idéntico.
Me perdí en las sombras de la lámpara de araña que colgaba en el centro del techo, en medio de aquel horrible salón donde todas las noches, a las siete, se representaba la tragicomedia a la que me acostumbraron a llamar recuerdos de ayer.
Me perdí entre bastidores dos minutos antes de volar, y me fue imposible no preguntarme a mí misma como puñetas hacía siempre para esconderme y no saber dónde me había dejado.
Y en ese salón era todo absurdo, porque pasaran los años que pasaran, ya fueran dos o diecisiete, los chistes terriblemente malos y el humor siempre era el mismo. Negro. 
Y es el humor que más detesto en el mundo.
La primera vez la entrada era gratis, la segunda había que pagar. Estábamos en banca rota, nunca repetía nadie. Era demasiado amargo incluso para ti, pero seguías asistiendo todos los martes, con tu corbata desabrochada y tus tres cubatas de más... a la última sesión de madrugada, sin faltar un solo día. Ni siquiera nochebuena y navidad. Te gustaba verme, y a mí también. En pasado, te gustaba verme en pasado. Y a mí me gustaba verte, en presente y en futuro. Para qué vamos a engañarnos. 
Pero debía rogarle que no volviera a pisar este establecimiento.
Que no se colara por la puerta de los actores.
Que no falsificara el carnet de identidad.
Había pasado ya tanto tiempo que la actriz principal ni siquiera se parecía a mí. Era una de la mejores, dictaban diecisiete sugerencias y críticas destructivas, pero yo no me reconocía. A esas horas ya había vuelto a perderme, ¿queda mucho para el final?
Siempre queda demasiado.
¡Ah...! No será el último. Nunca es el último.  A veces empalmamos a base de café.
Había vuelto a perderme y por algún casual siempre terminaba aquí. No había hora de cierre y no veía la hora de irme a casa. Me había encontrado hace un rato en los baños, llorando sentada en la tapa y con un tacón roto por la mitad. Y me había visto preciosa porque yo ya no era ella. 
Era preciosa y lo había sido siempre,
soy siempre preciosa aunque ahora no.
Me sabía los diálogos de memoria, casi como si fuera yo quien los había escrito. Apenas había acudido una vez y me había sobrado de tantas. Abundantes y excesivas. Tenía gracia la ironía.
Y tú ibas a volver a marcharte sin dejar propina a la camarera, que da la casualidad de que seguía siendo yo.
¡Pues no te necesitaba, así que casi me dio igual!
Sabía encontrarme sola.
Siempre solía aparecer tarde y a última hora.
Aunque ya me estaba perdiendo otra vez en los golpes de moqueta que resonaban en tu manera de caminar, y en todas las miradas que te había echado ya a escondidas.
Y aún no te habías marchado...
y yo seguía perdida...
Juré una noche más que a partir de mañana no volvería a quitarme el ojo de encima...
y volví a perderme al perder(te) de vista.

domingo, 18 de octubre de 2015

Octava noche en la mesa tres (III)

El hielo flotaba de la misma manera que siempre, sobre ese wisky con demasiados pocos años de más. Daba vueltas. Mareaba. Bailaba lleno de magnanimidad y gloria entre aquel mejunje culpable de esto y aquello. Tampoco era bastante ni suficiente. Un vaso que siempre me encontré demasiado vacío.

—¿Con qué objetivo haces todo esto?
—Con ninguno —respondió con minucia—, ¿tú con que objetivo lo haces?
—¿Hacerme preguntas?
—Sin respuesta —puntualizó.

Un sorbo tampoco era suficiente ni bastante.Un trago que siempre encontré demasiado fuerte.

—Masoquismo, me supongo —alegué con exagerada indiferencia.
—¿Por qué?

Pues no lo sé, joder, no lo sé. Todo aquello empezaba a cansarme hasta un punto tan considerable que era inútil tratar de retroceder.

—Antes de conocerte era feliz —escupí amargamente.
—¿Sí? —cuestionó extrañado.
—Sí.

Mentía como un bellaco, pero era un placer hacerlo. Él también sabía mentir, y lo hacía. Todo el mundo sabe mentir, y lo hace.

—He oído por ahí que la felicidad es la respuesta —confesó sin un ápice de sonrisa—. Quizá no necesites hacerte más preguntas.
—Quizá sí lo sea.
—Quizá sí —y le faltaron segundos para volver con una de las suyas, casi atragantándose de esta manera con las mismas aceitunas que tomaba siempre y que nunca parecían desaparecer del plato—, a no ser que esa no fuera tu pregunta.
—¿Cuál es la maldita pregunta entonces? —vociferé nervioso.

Nadie en el bar pareció inmutarse de mis graznidos. Todo el mundo allí estaba ya acostumbrado a mis pérdidas de control repentinas y continuas. Muchos días de taberna. Muchas tardes en aquel antro de mala muerte.

—¿Aún no la sabes?
—Aún no —confesé—.
—Pues yo no puedo dártela. Todo esto dejaría de tener sentido entonces.

Mis nervios llevaban ya mucho tiempo perdidos.

—¿Cuándo puñetas ha tenido esto sentido?

Pero no respondió, y no me extrañó lo más mínimo. Otra vez exactamente igual.

—¿Qué tengo que hacer para que respondas de una vez? —supliqué desesperado—. ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué tantas preguntas? ¿Por qué yo?
—¿Por qué tú? —preguntó sorprendido.
—¿Por qué yo? —me burlé de él, imitando su tono de sorpresa.
—¿Y por qué no?

Los ojos me ardían a causa de contener la ira.

viernes, 16 de octubre de 2015

Finales a secas

Detestabas empezar a vivir sin saber cómo morir después.
Y yo me reía.
¿Qué sentido tiene eso?
¿Qué sentido tendría leerse un libro
sabiendo su número de páginas
y su jodido final?
Y tú tratando de desatar el nudo
habiendo leído solo la introducción.
Que pares.
Que paro.
Que vivas las vida.
Que elijas tus capítulos y te dejes de chorradas.
¿No era eso lo que detestabas?
''El final de la trama''
Concéntrate entonces en que no termine nunca.

jueves, 15 de octubre de 2015

Segunda noche en la mesa tres (II)

Dos días tardé en pisar de nuevo aquel antro. Nada del otro mundo. Nada de atractivo. Ni rastro ni pizca de seducción.

—Necesito saberlo —confesé sin dejar siquiera al hombre tiempo para que se diera la vuelta.

Mi voz era firme y segura. Su tranquilidad angustiosamente desbordante.

—¿Necesitas o quieres?
—Necesito.

No pareció sorprendido. No pareció su primera vez.

—Pareces un hombre sabio, de esos que ya no quedan.
—Ídem —dos huecos oscuros, tremendamente putrefactos, en su amarillenta dentadura al descubierto—. ¿Qué necesitas saber?
—El porqué.

Rió tan fuerte que todas las almas en pena que vagaban por dicho suburbio saltaron de golpe, dando un respingo al unísono. Fue grandioso, grandilocuente. Y no le bastó con una carcajada. Mi paciencia comenzaba a agotarse.

—Yo no puedo responderte. No en esto.
—¿Esto? —pregunté con sorna.
—Filosofía es como siempre he oído que lo llaman... No lo sé.
—Esto no es filosofía. La filosofía está muerta —confirmé—. Ya no existen filósofos, no al menos como los de antes.
—Todo aquel que se pregunta ya es filósofo, amigo mío.

No sé si por impulso o por acto premeditado, pero ambos nos encogimos de hombros a la vez.

—No me has respondido.
—Ni pienso hacerlo—comentó en alto con alegría.
—¿Por qué?

Y nada más preguntar supe que tampoco hoy hallaría respuesta. Alcé la mano al cielo y pedí la primera de otras tantas más.

martes, 13 de octubre de 2015

Grito de guerra 138

Hacen falta más valientes.

Hacen falta más valientes que alcen los brazos,
la voz y todas las esperanzas al cielo,
que griten,
que rompan con lo establecido,
¡que se revolucionen y salgan a luchar!

Las injusticias no desaparecen una tarde porque sí.

Hacen falta más valientes que exploten de rabia,
que exploten y que hagan explotar,
que cambien,
que provoquen estallidos,
que provoquen condenas suicidas,
¡que asesinen sin piedad en busca de paz!

¿Es el asesino el que mata o el que hace oídos sordos a los gritos de piedad?

Hacen falta más valientes que pequen por sinceros,
que te mientan a la cara
y provoquen cataclismos.
Hace falta evolución,
cambio y guerrillas callejeras...
¡Hace falta un punto y final a este chiste de humor negro!

Creímos todos en risas enlatadas... carcajadas provocadas entre bastidores. 

Hacen falta más valientes
y menos manos largas y carteras insaciables,
y menos sinvergüenzas sin prejuicios,
y menos caraduras en promoción.

Calladme la boca. Calladnos la boca. Juzgad vosotros mismos en el ojo del huracán.

Hacen falta más valientes
más espíritu,
más justicia merecida,
más pelea,
más batalla,
más cabezonería,
más valor,
más ganas de triunfo,
más voz de pueblo y estallidos,
más luchadores,
más vencedores,
más ganas de vivir en condiciones...

Conformarse no es vivir. Acostumbrarse no es sinónimo. Callar no soluciona conflictos de ningún tipo.

Hacen falta más valientes...
luchadores natos de pura sangre
pueblo unido en un solo gesto
por la merecida libertad igualitaria.

¿Lo has intentado? ¿Lo has conseguido? ¿Aún tienes voz? ¿Puedes gritar?

Hacen
falta
más
valientes.
¡Hacen falta más!
Incansables e insaciables
¡que se revolucionen y salgan a ganar!

Quedarnos sentados es perder el tiempo... Idear batallas una excusa barata más.

Definitivamente hacen falta más valientes...
definitivamente hacen falta más héroes.

¿O vamos a servírselo en bandeja de plata? Llorar es dejarnos pisotear.

lunes, 12 de octubre de 2015

Navegante de los siete mares

Quería hablarte hoy de las tormentas de verano, que sembraban tristeza en las sonrisas de los niños. Los techos se llenaban de goteras, y las paredes de moho. El cielo se vestía de gris angustia, y todo el café sabía siempre demasiado aguado.

—¿Ves tierra?—se preguntaban unos a otros casi por costumbre.
—¿Tierra? Olvídate. Solo veo mar.

Las mañanas se hacían tan cuesta arriba que casi parecían noches otra vez. Se daban la vuelta del derecho y del revés, desafiando toda ley física. Amanecía demasiado temprano, y aún así los días eran demasiado cortos. Solo unos pocos de los desafortunados eran capaces de ver salir el sol y rezar porque no se fuera nunca. Escribían, leían, bailaban a oscuras... y el reloj ni siquiera marcaba las seis de la tarde. Antes de que te diera tiempo a nada los párpados rozaban el suelo otra vez.

—¿Todavía nada?—preguntaban otra vez.
—Agua, agua, agua.

Desfilando y tentando a la suerte paseaban los flamencos, que bebían sin parar hasta estar del todo satisfechos. Hacía demasiado calor, y los mosquitos se comían tus entrañas. Había tantos pájaros por todas partes que nunca nadie conseguía aprenderse el nombre de todos. Algunas eran negros, otras blancos, otros grises. Sus picos de colores ya no brillaban al cantar. Ni esto era suficiente entre tanto y tan poco. Demasiado contraste para tan poca luz.

—¿Aún no encuentras nada?—volvían a preguntar.
—Todo igual que antes... todo sigue igual.

El aire era casi demasiado denso para poder respirar. Costaba, dolía, te llenaba de vacío. El agua demasiado oscura y el sol demasiado apagado. Y aún así quemaba, tócate las narices. Ni con mil nubes delante y cuatrocientos litros de lluvia. Todas las pieles del mundo se habían quemado demasiado ya. Era insoportable.

—Todo esto es inútil—se quejaban.
—Agua, otra vez.
—Mar, mar, mar, mar... siempre siempre mar.

Y la luna volvía a ponerse de nuevo, como todas las tardes del año a las seis. Y todo parecía volver a tornarse familiar, cotidiano, rutinario y aburrido. Todo parecía volver a ser igual.

Pero ''¡Tierra a la vista!'' chillaba, ''¡Tierra a la vista! ¡allí se acaba el mar!''.
Todos se giraron de golpe, y un ''¡¿Cómo?!'' colectivo inundó la niebla gris.
Y aún chillaba fuera de sí, ''¡Veo palmeras! ¡Veo arena blanca y pájaros de colores! ¡Veo vida, veo frutos, veo motivos para pisar tierra!''.

Revoloteaban por todas partes, agitando los brazos y soltando graznidos propios de animales, casi por pura ansiedad. A ninguno de ellos le pareció de pronto tan horrible nada que no trajera ese inmenso mar. Las tormentas de verano enjuagaban lágrimas de felicidad, y los niños, sus niños, sonreían con más ganas que nunca. Parecía aquel el mejor motivo para aprovechar y enseñar todos sus dientes, que hacían semanas sin probar bocado de emoción. Los techos goteaban vida, las paredes calor, el cielo lucía orgulloso el gris plateado más bonito del mundo y el café nunca había gustado tan fuerte. Las mañanas, desde entonces, se hacían demasiado cortas... ¡amanecía demasiado tarde y nadie veía la hora de poder irse a dormir! La oscuridad era un privilegio y un placer para todo aquel que se dignara a vivir un poquito. Sus párpados habían aprendido a deslizarse al ritmo de las manecillas del reloj. No había nombres para tantos, así que cada uno se encargaba de inventarse los suyos propios. Tampoco había colores para tanta variedad, así que también se encargaron de inventarse alguno más. El mundo se quedaba pequeño. Nunca había suficiente aire, ni suficiente luz. El agua se quedaba en nada... y casi no podían evitar echar un poquito de menos. Había veces que refrescaba, y todos ellos sacaban de mala gana sus jerséis de punto y lana, añorando también el calor infernal.
La luna se posaba contenta entre miles de peces plateados, como todas las tardes desde esa última. Como la primera noche desembarco en tierra firme.
Siempre decían que era cuestión de perspectiva.
Llevaban medio siglo con los pies sobre tierra, aunque la cabeza aún rondara por las nubes... y todo lo demás en el fondo del mar.

—¿Te queda algo de agua?—acostumbraban a preguntar.
—¿Agua? Olvídate. Solo veo mar...

sábado, 10 de octubre de 2015

Primera noche en la mesa tres (I)

—Antes solía ser igual que tú —soltó al aire como un suspiro, interrumpiendo la conversación que mantenía en esos momentos con mi mujer, al otro lado del auricular—. Buscaba razones a todo. Porqués. Porqués por todas partes. Qué hacía que la Tierra no se parara nunca, y que tanta gente cupiera en un planeta tan pequeño. Quién en su sano juicio trató de dibujar en paredes de cavernas con la luz de una antorcha. Por qué se empeñaba ella siempre en cargar con un estuche repleto de mil y una historias, si nunca sacaba a pasear más que a su bolígrafo azul de siempre, con el que se dedicaba a escribir en las palmas de sus manos.

Jamás en mi vida había hablado con tal enjendro, que me miraba suspicaz bajo la gruesa capa de arrugas y canas deshilachadas. Marine me acusaba sin piedad alguna, fuera de sí, desde el otro lado de la línea. No le estaba escuchando, decía. Nunca le hacía caso, decía. Y tenía razón. No iba yo a negárselo. Siempre tenía razón.

—Siempre en busca de preguntas sin respuesta... Parece una locura, ¿verdad? Llegas a acostumbrarte a ello. Son tantas las razones que buscas y que nunca encuentras que un día, cuando de verdad responden a tu pregunta, tú no sabes ni qué decir.

Asentí con la cabeza, más en desacuerdo que cualquiera.

—Hoste—me presenté.
—Oh no, no quiero ningún nombre. Las palabras de un desconocido siempre poseen mucho más valor.

Un pitido procedente del altavoz de mi teléfono me confirmó que, una vez más, Marine había vuelto a tener la última palabra. Y ni siquiera sabía de cuál de todas ellas se trataba... pero casi me dio igual.

—No lo entiendo—confesé.
—Ni hace falta.
—¿Entonces por qué...?
—Exacto.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Escalofrío propio de septiembre

Hoy te escribo a ti, escalofrío propio de septiembre, para exigirte —y no pedirte, no te confundas— que me devuelvas todo el tiempo perdido. 

Ha sido mucho, seamos sinceros. Nunca sabe una cuándo va a hacer falta.

Y no. Con esto vengo a decir todo lo contrario a lo que estás pensando, que te conozco. No vuelvas a confundirte. Siempre fuíste un mal pensado. Presta atención, que es muy sencillo. No te me distraigas, como haces siempre.

Llevo ya —...he perdido la cuenta— esperando con ansia lo sumamente inesperado. 
Despierta y en vela noches que mi único deber era dormir a pierna suelta. 
Sin más, no voy a entrar en detalles. Guárdate las preguntas para el final.
Tachando nombres de marcas de cereales en la lista de la compra, solo para recordarme no perderte de vista ni un segundo más. 
Ni uno, ¿me oyes? Solamente uno sería una catástrofe. 
Tratando de no tararear ni un solo ritmo que no hubiera punteado antes todas las cuerdas de tu guitarra. 
¿Hay algún sitio en el mundo con mejor acústica que sobre tus costillas? Pregunto totalmente en serio, necesito pasarme por allí.
Tranquilizando a mi subconsciente y mintiéndole en la puta cara. 
Casi un poco por variar.

Una etapa pasajera, solía decirme. Primavera precoz y hormonas adolescentes. ¡Menuda trola...! Noveno mes, se nota ya el frío... ¿o soy solo yo?

Parece mentira, casi de chiste, que sea yo, la chica que nunca arriesgó ni de sobreseguro, la que ahora se la juegue a doble o nada. 
Juro que ni en blanco y en botella. Juro  que ni con trofeo en mano.
Hipócrita, ilusa. Descerebrada sin remedio. Atea del romanticismo a base de golpes —y por desgracia y para mi pesar... sin la consecuente muerte súbita—. Y, de la forma más sincera y clara posible, no sé qué puñetas se te ha ocurrido hacer conmigo... pero para. Un mal de ojo, quizá budú. No sé si pedirte que lo dejes todo y te vayas, o que no frenes hasta que pierda el conocimiento. 
Con lo que yo fui... ¿Qué ha pasado? Con lo que yo fui...

Parece mentira que ahora sea yo la que se atreva a jurar de palabras mayores, de esas que todo el mundo es capaz de escupir desde un tercer piso... pero que en mi caso aún se cuecen a fuego lento, en una olla que pierde calor. 
Ya se sabe, por la boca muere el pez.

No es mi fuerte esto de dar explicaciones... ¿Me sigues o empiezo otra vez?

A ojos de un cualquiera podría sonar hasta predecible... No hay defensa con coraza suficientemente fuerte, ni general sin nuevas estrategias como ases bajo la manga. En mi caso no hablamos más que de un triste soldado mandao'
¿Acaso importa eso? ¿Acaso ha importado en algún momento? 
Vuelves a confundirte. Tampoco eres tú el que sostiene el timón. ¡Estoy empezando a pensar que te haces el tonto a próposito! 

Yo siempre fui de pensar en imposibles, soñar despierta y caer de morros. También una actriz excelente, ¡y no es por presumir! Aún así has conseguido liarme... de verdad que no lo entiendo.

Ya que nos ponemos serios, explicame eso de que cada vez que me callo te escucho a ti, no me fastidies, en lugar del terrible y maldito silencio. Quizá seas tú ese alguien que debe dar explicaciones... ¿Qué frío de repente, verdad? Mejor cierro la ventana. Se me está poniendo la piel de gallina...

Pero no te escribía por eso, ni muchísimo menos. Tal vez con una carta no te sea suficiente para responderme a todas las preguntas; son demasiadas explicaciones las que te estoy pidiendo —y repito, sin exigencias, ya empiezas a malmeter—. Quizá escribiendo pequeño con tu letra regordeta entre en dos caras y media. Y yo qué sé.

Volveré a intentarlo de nuevo... solo una vez más: 
¿Dónde has estado todo este tiempo? Gracias a ti y a todos tus fantasmas siempre tengo los pelos de punta...