son las once de la noche
y me lavo la cara molesta por el ruido tan grande que hace la calle
mañana tengo examen pero esto es Madrid
y Madrid no escucha.
Los ruidos se comen unos a otros, se vuelven de aspecto,
reiteran, molestan,
yo me aclaro las mejillas, pienso qué calor, por Dios
y después suena a fuegos
y luego me seco.
Cuando salgo al pasillo las bombillas
chisporrotean, vienen de la calle
pero yo me asomo al patio
-pues es que la calle es parte de casa de Nuria también y no me apetece entrar-
y efectivamente los fuegos son por el otro lado
son por el otro lado y no se ven
pero
todas las ventanas del edificio de en frente
que cierra este patio enorme en forma cuadrada
se llenan de sombras y bultos que miran
con mil ojos
el ruido, el humo
la noche y la luz
y graban con móviles, se mueven inquietas
parecen estatuas
y charlan consigo en bajito por miedo a despertarse
dentro y fuera de ellas.
Yo no veo los fuegos
solo luces en la fachada
y un reflejo pequeñito que a veces coincide
con una ventana grande del piso más alto de la esquina;
y me digo de coger el móvil, pero pienso para qué
y me digo de coger la cámara, pero pienso para qué
y me digo de coger el cuaderno y me pienso para qué
¿Dónde está esto mejor que en mi cabeza?
Lo que yo quiero ahora mismo -más en el mundo- es mirar esa fachada
mirar esa fachada
mirar esa fachada
y que no exista el reloj.
Tengo mil cosas que hacer, un examen mañana,
una noche que dormir, un chico esperando al teléfono
pero es que esos fuegos llevan sonando tiempo
y yo encerrada en el baño pensando en todo lo molestos que podían ser.
Siento felicidad dentro del estómago y la mente dispersa y comiendo terreno
siento mis mejillas limpias llenarse enteras de fuegos
son felicidad que va a acabarse
y yo al principio solo veía molestia
son chispas que me llenan las yemas de los dedos
y yo cerrándome dentro y quejándome de calor.
Mientras una señora continúa grabando yo pienso en la metáfora que me recrimina
y en lo bueno que hace
y en lo bien que me siento
y en que no quiero coger el móvil, ni meterme en casa,
ni dormirme. ni que se acaben los fuegos,
de pronto el final que tiñe el muro blanco de colores,
y luces, y euforia
chispas de bombillas y cumbre
gente que quiere aplaudir pero no
y el cielo se vuelve negro, las ventanas se meten dentro
en línea, ordenadas y en silencio
y quedo yo.
Puedo tocar el aire templado y el cuerpo que me cubre
y me quedo un rato aún en la ventana siendo alegría
mirando
a una vecina que coloca rosas falsas en un jarrón
a otra bajar el toldo
a la ventana brillante que me ha reflejado
pensando en lo feliz que me ha hecho Madrid por primera vez
plena
pero no escucha.
Aunque no sé qué palabra inventarme para esto
tengo las cuencas llenas de nervios de estómago;
Yo quiero ser fuegos de junio reflejados en ventanas
y el bulto que mira fachadas
siempre.