sábado, 15 de junio de 2019

La escalada de eso que no miente

He sabido por siempre para mí y mis adentros la muy marcada superioridad del conocimiento por encima del resto. Si la curiosidad fue aquella que mató al gato, que esta me mate mil veces si puedo llegar a saber. Últimamente es esta dualidad, respecto a lo obvia y clara que he tenido siempre mi actitud frente a esta idea, la que me carcome. 
Ya no sé si quiero saber ni si quiero ser la que ha visto. 
Una vez deshechas las cadenas a tirones a causa de culpa, dolor y descubrimiento las cicatrices marcan al rojo vivo. Las cadenas no se deshacen si la voluntad propia y el esfuerzo no son suficientes. La deconstrucción, el entendimiento, la investigación y la ruptura de estructura una y otra vez son abrasivas, y tolerarlas no es sencillo. Todo el conocimiento, toda la comprensión de lo real se vuelve vaho. Las sombras son mentira y somos nosotros los que las formamos. Soltarse de las cadenas es nacer desde un principio que comienza a la mitad. Salir desnuda, dolorida, rasposa a la superficie, con las palmas de las manos raspadas de tanto escarbar piedra y tanto trepar. La circunstancia de la conciencia, la percepción del que siempre se apoyó en una mentira, resulta inmensamente devastadora. Todo lo que supe fue mentira porque solo me enseñaron a mirar el reflejo. Con el miedo del que sabe que el siguiente paso supondrá derrota y brusco cambio, camino y escalo sobre mis huesos entumecidos a causa de tanta fijación al suelo. Con muñecas doloridas de aquel que me esposó a la mentira y construyó sobre mí el mundo. Con músculos tensos, casi inútiles a causa de tanto silencio y tanto espesor, me esfuerzo en moverme. Comprendo la ruptura. Me demoro en el camino de escalada, estableciendo todos mis esquemas en las piedrecitas y la tierra que conforman esta caverna. Todo nuevo al tacto, al olor, al sabor y el oído me parece el verdadero mundo. Comprendo a partir de la ruptura de mi esquema y el solo hecho de conocer que había tierra oscura a mis espaldas me derrumba. ¿Cómo no supe desde un principio que estaba encadenada a la pared? 
Aún no he visto, pero ya comprendo. Aún no sé que hay luz arriba, pero comprendo. El mundo es ahora la tierra húmeda que toco con los dedos, y la tierra seca que me cae del techo sobre la espalda desnuda. Hay techo, luego hay más arriba. Tirito del miedo pensando en que solo de saber que no sabía sé ahora menos. 
A cuestas los dedos se me hunden en el barro. Las piedras se me clavan entre la uña y la piel. Comienzo a comprender pero la subida me duele. Moverme me duele, y por un momento me planteo la comodidad de la caverna, el calor del fuego tras la espalda, el respaldo de que todo esta en su sitio. Lo que se ve es lo que existe, y quién a mi lado se amarra sabe tan bien como yo que es lo que hay. Ignorar la posibilidad de duda acoge las entrañas. La tranquilidad y el reposo de saber que no es asunto mío el saber nada, me tienta. No estoy tan lejos de la hoguera pero he carbonizado mis cadenas y no podría volver a encajarme dentro. ¿Quiero encajarme dentro? No sabría estarme quieta. mis músculos conocen ahora lo que es moverse. Mis huesos conocen ahora qué es dolor, y piensan que podrían también saber qué es gloria. A mi me duele el cuerpo y me molesta estar trepando. Pienso en girarme y, antes de seguir advertir al resto. 
No quiero trepar sola esta caverna, tengo miedo.
El resto no me oye porque no está pensando. Pienso que oír se oye a pesar de todo, y pienso que lo que pasa es que no quieren. No les culpo, hasta yo tengo dudas en trepar... pero hay un arriba. Hay un arriba, no sé como de lejos ni cómo llegar, pero hay un arriba. Y si hay un arriba, es que hay un después. Y si hay un abajo ¿es que hay un debajo? Me mareo y tropiezo con la cadena, que aún quema. 
Sabiéndome sola, trepo piedras y astillas. Desconozco que haya alguien que antes que yo haya trepado esta misma pendiente. Si aquel que salió de este fuego mentiroso no volvió a advertir al resto ¿debería culparlo?¿creería yo entonces ni ahora lo que decía? Los dedos me escuecen de hacer esfuerzo. Existen piedras afiladas que no solo esquivo sino que no miro. Existen escalones de los que soy consciente pero trato de evitar por el daño que me harían. Ya no sé si estoy sabiendo en condiciones, ni si existen atajos que me lleven más deprisa o me desvíen. No sé hacia qué arriba estoy trepando, y esto me da pavor. Freno y descanso. Me apoyo en un cristal que me rasga los dedos, y miro la sangre coagulosa escaparse. Le cuesta salir y brota despacio. Siento que se me deshinchará la mano. Me apoyo en una piedra y casi en vertical miro hacia abajo. ¿Curaría el fuego mi herida? ¿Quiero yo realmente seguir? 
Saber no cura males, solo rompe perspectiva. 
Cuando alcanzo la madriguera que se abre en la superficie lo primero que saco es mi mano sangrienta. Saluda raíces que mojo con sangre negra, acaricio mis dedos gastados. Me planteo otro engaño, y del saber último busco la pista antes de asomar la cabeza, pero no la encuentro. ¿De qué tiene forma? Antes de que el sol acaricie mi nariz comprendo las luces que hace en mi cuerpo desnudo. Esta gastado, sucio y roto, y me duele más verlo que sentir lo que sentía. Echo un vistazo hacia abajo, pero a causa del reflejo de fuera no veo más que negro. Quizá fuera esta la razón de los de antes a mí a no volver a su esencia primeriza. ¿Es mi hogar este hueco, o lo es esta luz cegadora que pinta de blanco aquello que me cubre la cabeza? No me siento segura de dejar de rozar la tierra seca que me pica en las heridas. En este punto y a esta altura me planteo el dolor de la cuesta, y cuestiono si dolerá lo mismo salir por el agujerito por el que saco poco más de mis dos brazos. Realmente no me cabe el hueco ¿seré la idónea para salir? ¿será esta mi salida? Quiza deba hacerme más finita y pequeñita para comprender lo que este arriba me enseña. Quizá deba desangrarme más rato y deshincharme más lento y en más dolor para salir. Asomo simplemente la cabeza y con gesto apretado contengo el aliento. ¿Hay oxígeno aquí fuera? ¿Hay fuego que cure? Saber dónde estoy me provoca tembleque en las rodillas, y casi consigue hacer que me caiga. Al despegar un poco el párpado calor abrasador y blanco me cubre la vista. Me tambaleó y ese gesto me retuerce los tobillos. Si pudiera gritar mi propio grito me ahogaría. 
Ya no sé si quiero saber ni si quiero ser la que ha visto. ¿Es mejor cerrar los ojos cuando la luz quema la retina?